Barcelona
Fatiga de materiales
Llevamos años escuchando a los políticos nacionalistas catalanes utilizar la expresión «catalanofobia» para describir lo que, a su juicio, sienten determinados sectores sociales del resto de España que, a su vez, llevan años escuchándoles a ellos decir que España les roba cuando no, directamente, que el Estado ejerce una suerte de colonialismo opresivo que recorta las libertades individuales y colectivas de todo un pueblo. A base de repetirlo, y aprovechando que la durísima crisis económica es un caldo de cultivo ideal para remover sentimientos sin que estos pasen previamente por el filtro de la razón, el otrora moderado Artur Mas está llevando a Cataluña, y a toda España, a una situación de una gravedad de la que no parecen ser conscientes ni en la Plaza de San Jaime, ni en el palacio de la Moncloa. Brotes de catalanofobia existen de la misma manera que los hay de odio a todo lo que tenga que ver con España. El pasado día 11 asistimos a dos espectáculos bochornosos de un lado y de otro. Los energúmenos que entraron en la librería Blanquerna de Madrid con símbolos fascistas tienen que sentir el peso de la ley sobre sus espaldas. Los encapuchados que quemaron en Barcelona la bandera de España y la foto del Jefe del Estado mientras coreaban gritos en favor de Terra Lliure, que fue la ETA catalana durante los años de plomo del terrorismo en nuestro país, también merecen el desprecio de los ciudadanos de bien y que la ley los persiga. En buena parte de España, incluida una parte de la sociedad catalana, lo que existe de verdad es un cansancio infinito. Se ha abusado tanto del victimismo que la fatiga de materiales amenaza con dejar inservibles las bases de convivencia que marcaron los años de la Transición.
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