Luis del Val
Fiscalía y filología
Estoy convencido de que Juan Calparsoro es un buen fiscal y una buena persona, a la que le perturbó su afición a la filología, que fue la que le inclinó a afirmar que se resistía a llamar asesina a la asesina Inés del Río, después de que la asesina, que había asesinado a casi dos docenas de personas, saliese de la cárcel, donde había cumplido condena por asesina. ¿Cómo tenemos que llamar a los asesinos, tras cumplir condena? Ésa es la cuestión, y el fiscal superior del País Vasco ha tenido la elegancia de pedir públicamente perdón por las personas que se hubieran podido sentir ofendidas, pero sigue sin darnos ninguna solución a un problema que dejaría de ser problema si aplicáramos la doctrina sencilla que propugnaba un ilustre vasco, Miguel de Unamuno, cuando decía «al que miente, mentiroso, y al que roba, ladrón». En ese sentido, al que comete un asesinato habría que llamarle asesino.
En el fondo de este entusiasmo semántico del fiscal superior puede que se haya posado ese deseo de pasar página que anima a muchas buenas personas en el País Vasco, tanto como a otras malvadas, que quieren pasar página para pasar a continuación por el arco de la victoria construido con las coronas de flores de los que ellos asesinaron. Puede que la estancia en La Rioja de don Juan le haya desconectado de la realidad, pero las susceptibilidades están a flor de piel, y lo estarán durante mucho tiempo, siempre que haya propuestas como la que lanzó don Juan, porque el perdón no conlleva el olvido y porque la chulería de los malvados se manifiesta con bastante frecuencia, lo que produce irritación y encastillamiento en las posturas de las víctimas y de los jaleadores de los asesinos, hayan salido o no de la cárcel.
Mientras los jaleadores crean que ellos poseen la superioridad moral de apadrinar y loar a valientes gudaris que, con la bomba, el tiro en la nuca y el secuestro, han empujado a los vascos hacia la libertad, no se podrá mirar hacia el futuro. Mientras esté ausente la discreción entre los proetarras, incluidos los que ocupan cargos institucionales, y esa superioridad la proyecten en declaraciones irritantes, cualquier matiz filológico de un fiscal, en apariencia inocente, recibirá el rechazo de quienes no es que quieran venganza, es que no pueden tragarse el inmenso pedrusco de que aquí no ha pasado nada, porque sí ha pasado, y unos van a la cárcel a visitar a los asesinos y otros, a los cementerios a visitar las tumbas, con la diferencia cualitativa de que con los muertos no se puede hablar y con los presos, sí; que los asesinados no van a salir de sus nichos. mientras los encarcelados sí saldrán a la calle.
A don Juan Calparsoro, cuando se jubile, los amigos y vecinos le seguirán llamando señor fiscal, como a los embajadores les decimos embajador aun cuando han dejado de serlo. Es un reconocimiento a la labor hecha y a su mérito y esfuerzo. La asesina Inés del Río se esforzó en lograr su categoría de asesina, y desgraciadamente lo consiguió. Y seguirá siendo la asesina Inés del Río, porque en la taxonomía humana las personas somos lo que hacemos. E Inés del Río es una asesina, aunque, para alivio de muchos, digamos que ahora está excedente.
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