José Antonio Álvarez Gundín
Formas de corromperse
En Alemania se ha levantado mucho revuelo al saberse que la ministra de Educación plagió su tesis doctoral, una sesuda indagación filosófica sobre «Persona y Consciencia». De eso hace 30 años, pero los memoriosos alemanes no perdonan y se toman muy a mal que, siendo la patria de Hegel, de Marx y de Heidegger, se saqueen impunemente las ideas ajenas. Qué lástima no ser alemán para poder escandalizarse de una corruptela académica, de un trapicheo ilícito entre la razón pura de Kant y las neuras de Wittgenstein. En España lo más parecido al pensamiento alemán que ha florecido desde Ortega ha sido la trama Gürtel, una variante autóctona del correoso materialismo dialéctico. Pero como genuino producto interior bruto hemos de arreglarnos con el discurso del método de Bárcenas, que si bien no llega a las cimas del pensamiento prusiano, sí renueva la gloriosa tradición inaugurada por Lázaro de Tormes y su sistema contable para comer uvas: dos para el ciego, tres para mí.
Luego está la variante catalana. La «cumbre» de Artur Mas sobre la corrupción ha sido un absoluto fracaso, pues ni siquiera pudo precisar si «el problema es del 3%», como decía Maragall, o del 6%, como sostiene Oriol Pujol con mayor pericia técnica. No obstante, sí se ha comprobado que en materia de untos y chorizos, el modelo catalán es innovador y con derecho a decidir su metodología, según testimonio de Andrei Petrov, jefe de la mafia rusa avecindada en Lloret de Mar. Herido en su amor propio, el capo ha confesado que la mujer del ex alcalde Crespo le extorsionaba sin mesura, le exigía cada vez más dinero y le recortaba ansiosa los plazos de las entregas. Era tanta la humillación que sufría Petrov como mafioso de carrera que al ser detenido por la Policía se sintió liberado. Cuando la competencia desleal llega a tales extremos, hace falta mucho más que una «cumbre» para baldear la calle de inmundicias. Y no parece que Mas, con ese porte atildado de corredor de Bolsa, sea el barrendero que necesita Cataluña. Por lo demás, el cielo político español se ha llenado de «drones», además de ladrones. Un «dron», último ingenio bélico de EE UU, es un pequeño avión equipado con visores y cargado de misiles que, silencioso y veloz, es teledirigido por control remoto hacia el objetivo. Sus ataques suelen ser demoledores para el enemigo, pero también causan daños colaterales entre la población civil. En España abundan los «drones» teledirigidos, de procedencia desconocida, que estallan en las primeras páginas de los periódicos en el sigilo de la noche. Los destrozos personales que producen son cuantiosos y a menudo se llevan por delante a muchos inocentes. Es la guerra.
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