Marina Castaño

un placer

Lo decía Sarita Montiel: «Fumar es un placer, genial, sensuaaaal». Y un amigo mío aseguraba que lo que más le gustaba de hacer el amor era el pitillo de después. Pero las cosas han cambiado, ¡vaya que si han cambiado! ¿Se acuerdan cuando en el congreso de los diputados fumaba todo pichichi? Los que más, Adolfo (fumaba Fetén) y Gutiérrez Mellado (Ducados). Hoy nos resulta impensable semejante cosa. En la radio fumábamos como locos, tanto en la redacción como en la cabina, con lo cual nos llevábamos un tufo en la ropa, en el pelo y hasta en la piel que era necesaria una ducha al llegar a casa. Y no digamos en las largas noches de copas y juerga, en que caía casi el paquete: imposible meterse en la cama con el humo reconcentrado en nosotros mismos. Los políticos a veces tienen aciertos, muchos menos que errores, bien es cierto, pero el de prohibir el tabaco en el lugar de trabajo, en los lugares públicos o en los medios de transporte (era irrespirable el humo en los aviones e imposible dormir en un vuelo largo, con un pasajero-chimenea al lado) ha sido la mejor decisión jamás tomada. Soy fumadora, sí, pero detesto las dependencias, así que no necesito el cilindrín en la mano todo el rato. Ni siquiera todos los días, pero alguna que otra noche hago excesos. Fumar es un asco, y la resaca del tabaco es lo peor. Si usamos la cabeza para algo más que para criar caspa, llegaremos a la conclusión de que fumar nos quita años de vida, o ayuda a contraer enfermedades, y a mí eso es una idea que no me ilusiona nada, nada. Así que un poco de cuidadín, que el sexo diario nos hace más inteligentes, pero mejor sin el pitillo de después.