Ángela Vallvey
Gente
Se habla a izquierda, derecha y centrocampismo, de «la gente». ¿Está naciendo otra clase social, un estamento recién emergido del iceberg colectivo, un estrato de la corteza nacional...? Tras mucho picar buscando, la gente ha aparecido. Como resto arqueológico, o como constructo vivo incrustado en la memoria. Justo cuando la historia había diluido las fronteras entre distintas castas y clases, creando unas zonas borrosas, y con suerte incluso permeables gracias a la meritocracia (cosa misteriosa que se practica en algunos países lejanos)..., hete aquí que surge «la gente» y acaba con la desigualdad de condiciones sencillamente revelando una general condición de desigualdad. Haciendo estructural la necesidad. ¿Por qué nos seduce la idea de «la gente»? Porque es igualitaria, correcta. Irónicamente, hasta ahora la palabra «gente» se usaba para denominar revistas y programas de televisión dedicados a glosar los avatares frívolos de la jet-set, los ricos, famosos y poderosos. Nada más alejado de lo que empezamos a percibir como «gente»: un concepto que se intenta asimilar a pueblo llano (¡gran conquista social!, les hemos arrebatado a los ricos su nombre...), donde la mezcla de razas y capacidades adquisitivas diferentes es la tónica. La gente sería así una gran coctelera de «voluntades» que miran en la misma dirección, un combinado plural de personas unidas por su «mentalidad». Los asuntos que preocupan y ocupan a esa «gente» estarían a favor de objetivos como la igualdad (ficticia), la fraternidad (voluntariosa), la justificación y conquista de derechos, y otras tradicionales «buenas» causas. Pero «la gente» continúa siendo utilizada hoy igual que un revolucionario de hace cien años pudo usar al proletariado: para «legitimar» sus acciones, cuyo pretendido fin era la emancipación de una clase social. Aunque, sobre todo, la gente es una bandera, una excusa de fuerza incontenible. Quien habla en nombre de «la gente» se arroga la potencia de la multitud, se legaliza con ella. Si alguien dice defender los derechos de «la gente» no puede ser rebatido, porque se encuentra del lado correcto de una lucha social que ha abandonado la liberación del proletariado (lo que queda de éste pueden ser, si acaso, los estibadores españoles), de las mujeres (que se apañan solas, como pueden) y del extranjero inmigrante (quien, desconcertado, acepta ser «incluido» entre la gente)... La gente solo tiene el rostro de un gran número (de votos posibles).
O sea, que viva la gente. La hay donde quiera que vas.
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