Estados Unidos

Gorila en jefe

La Razón
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Que el FBI haya cerrado la investigación de los emails de Hillary Clinton, tras comprobar que o bien son correos previamente leídos o bien, en el caso de los nuevos, completamente inocuos, revela hasta qué punto la torpeza del director, James Comey, no conoce límites. Primero envió una carta al Congreso, a dos semanas de las elecciones, para avisar que reabría el caso, cerrado en julio, aunque también reconocía que, uh, ni siquiera los hemos leído. Catorce días más tarde, después de burlar la ley que aconseja extremar la prudencia en periodo electoral, y en una pirueta digna de Buster Keaton, concluye que no había razón para alarmarse y frota mañoso la resquebrajada momia de la señora candidata. Entre medias votaron varios millones de estadounidenses. Creer que la maniobra de Comey no influyó en la decisión de quienes dudaban entre la marrullera Hillary y el dragón Trump es de una ingenuidad sólo comparable a la de quienes consideran que el cierre definitivo del caso beneficiará a la demócrata. Más bien refuerza el discurso populista, victimista, paranoico, fácil, blandito y pejiguero de quienes encuentran conspiraciones en todas las esquinas y barruntan la larga mano de los sabios de Sión, el Banco Mundial, la Trilateral, Davos, el espionaje transnacional, los lobbies de la aspirina, la liga de fútbol profesional y el malvado profesor Moriarty detrás de casi cualquier decisión judicial desde que en 1972 cuatro de los mejores hombres del ejército americano, que formaban un comando, fueran encarcelados por un delito que no habían cometido. Los rumores, como el coronel Hannibal y el resto, siempre acaban por fugarse de la prisión en la que se encontraban recluidos y hoy, buscados todavía por el gobierno, sobreviven como soldados de fortuna. Si usted se llama Donald Trump y necesita prodigios para revertir doscientos años de democracia, es muy posible que pueda contratarlos. De hecho, si usted basó su campaña en el desprecio sistemático por la verdad, nada mejor que enarbolar la enésima conjura para tapar las lorzas. Cómo cotizará de baja la inteligencia en el mercado de valores que uno de los argumentos dilectos de sus partidarios consiste en repetir que resulta sospechosa la cuasi unanimidad de la prensa y los intelectuales contra su héroe. De lo que deducimos que, vaya, los periodistas mienten, los intelectuales están comprados, el sistema protege a la casta y necesitamos del alunizaje de un Supercoco tronado para salvarnos. Aliñado con su certidumbre de que los mexicanos son el equivalente a las huestes de Atila, las reporteras me critican porque ese día «sangraban por su cosa» y el papá de Ted Cruz quien sabe si ayudó a asesinar a Kennedy, disponemos de un centollo que ya está tardando en recibir su ración de incienso por parte de un Oliver Stone. Lástima que las anteojeras del director metido a gogó de tiranosaurios le impidan apreciar las exquisitas similitudes que van del Berlusconi de Queens a su amado Chávez. Entre la revolución bolivariana y las velinas de Villa Certosa Trump está a un telediario de proclamarse gorila en jefe.