José Luis Alvite
Guantes de lana
Quede claro que en absoluto defiendo la ambigüedad funcional del presidente Rajoy en el desempeño de su cargo. Nada me une a él. Ni profeso su ideario político, ni soy en absoluto amigo suyo y tampoco he votado jamás por el Partido Popular. En realidad no me siento próximo a ningún partido político porque desde niño me he resistido a los credos y a las normas. He preferido siempre seguir lo que me dicta mi conciencia, y aún así, reconozco que cuando lo que me dicta mi conciencia no es mejor que lo que me sugiere cualquier placer, sinceramente me inclino por sucumbir a la tentación del placer, lo que explica que en la mayoría de mis decisiones la influencia de un pensamiento profundo haya sido siempre menos determinante que la interferencia de cualquier mujer perversa. Del presidente he elogiado algunas veces su prudente pachorra y no me retractaré de haberlo hecho. Tampoco me preocupa en absoluto censurarle su falta de energía, la frialdad de aburrido amanuense con la que administra su presidencia, esa falta de ímpetu que tanto se le reprocha, porque es cierto que Mariano Rajoy resulta ser a simple vista la clase de hombre sin agallas que no daría un golpe en la mesa sin antes haberse puesto los guantes de lana para no despertar a las soñolientas termitas que devoran sus barnizadas manos de abedul. El que yo le hago se trata en todo caso de un retrato elaborado de manera intuitiva, un apunte a partir de sus modales contenidos de hombre profiláctico y aburrido del que podríamos pensar que en un naufragio no saltaría al mar sin haberse abrigado antes con la bata de casa. Con esas referencias no parece el hombre ideal para enfrentarse a las circunstancias asfixiantes que le acosan, pero yo no descarto nada, entre otras razones, porque a lo mejor Mariano Rajoy, como los tenores portugueses, da el do de pecho con la boca cerrada.
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