José Luis Alvite
Hambre con gorriones
A raíz del crack del 29, millones de norteamericanos se vieron sumidos en la miseria y muchos ejecutivos arruinados por el desplome bursátil se lanzaron al vacío desde las azoteas en Manhattan. Fue un angustioso momento de caos y perplejidad entre dos grandes guerras, en un periodo triste de la Historia en el que los escaparates de las joyerías resultaban menos tentadores que los despachos de las panaderías. Yo no sé si la situación en la que estamos tiene algo que ver con aquello e ignoro si la miseria de ahora es la premonición de otra guerra devastadora en la que solo resulten ilesos los muertos. Aunque es evidente el hundimiento social y económico, de momento los españoles seguimos bajando a la calle en ascensor, en las puertas de las panaderías todavía los niños hambrientos no han expulsado de su viejo territorio a los gorriones y los mendigos no se disputan a navajazos los atrios de las iglesias. ¿Cómo es posible que en los niveles de degradación económica, política y social en los que nos movemos no se haya producido un estallido social? ¿Será que de manera paulatina hemos llegado a ese grado de estupor y desgana en el que el estoicismo se parece tanto a la muerte? Si un pueblo no se pone en marcha motivado por un sueño o azotado por el hambre, cabe pensar que en su degeneración ha llegado a inmunizarse contra el instinto de supervivencia y le ocurre como al boxeador que deambula por el ring con la sensación de que son los golpes de su rival los que lo mantienen en pie, o sucede como en ese instante de rutinario placer en el que una pizca de dolor hace más excitante el sexo. A lo mejor los españoles hemos perdido el instinto de pelear y sólo echaremos de menos la felicidad y el sabor del pan cuando de la seda quede el gusano y haya cerrado el hambre las panaderías.
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