El desafío independentista
Harta, pero no satisfecha
Me siento como Mae West, la explosiva rubia que le soltó a Cary Grant, el hombre objeto perfecto, aquello de «¿llevas pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?». Habrá quien se pregunte cómo se sentía la primera sex-symbol de Hollywood. Pues según sus propias palabras «harta, pero no satisfecha». En mi caso, el empacho y la zozobra no tienen nada que ver con lo que obsesionaba a la maciza Mae sino con Cataluña. Me tiene ahíto este bodrio del «procés». Y al hastío se suma que no estoy nada contento y bastante preocupado. Es un vodevil, pero merced a ese cóctel letal que resulta de mezclar medios de comunicación irresponsables y políticos de tercera, hemos convertido a Puigdemont en una especie de Mata Hari estelada, capaz de hacer correr como pollos sin cabeza a ministros, líderes políticos y Servicios de Seguridad. El personaje es de coña, propio ya de esos programas del hígado que arrasan nuestro «prime time», pero escuchas el telediario o abres los periódicos y terminas con la sensación de que tiene desquiciada a la 15ª potencia económica mundial. Igual que no se entendió que el Estado español hiciera el «Don Tancredo» la primavera pasada, cuando el gobierno de una comunidad autónoma y el parlamento regional aprobaron planes detallados para dar un golpe, sería incomprensible que Rajoy se hubiera vuelto a poner de lado. Puigdemont es un tipo acusado de gravísimos delitos, entre ellos rebelión, sedición y malversación, sobre quien pesa una orden de busca y captura. Cualquier ciudadano con dos dedos de frente concluye que semejante personaje no puede ser investido ni presidente de una comunidad de vecinos, diga lo que diga el consejo consultivo del Reino. Y no hay nadie con una pizca de sentido común que pueda bendecir el que nuestras instituciones asistan impasibles a una reedición de las tropelías y que los delincuentes sigan tan panchos, ocupando escaños, cobrando sueldos y copando noticieros. Corren por las redes apasionantes rumores. Uno, que cobra fuerza tras la mutua expulsión de embajadores con Venezuela, es que el prófugo tiene el plan de retornar en el maletero de un coche y pedir asilo en el consulado chavista de Barcelona. Otro, descartado lanzarse en paracaídas o arribar en parapente, es que optará por intentar colarse en el Parlament, disfrazado de señora de la limpieza. Yo sigo apostando por la tesis de que no vuelve y termina montando peluquería en Bruselas. Si patenta ese estilo de flequillo, se va a forrar.
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