Alfonso Ussía
Hasta los sesenta
Hoy lunes, toca fútbol. Los incomensurables Pancho Puskas y Paco Gento, don Férenc y don Francisco, jugaron con pleno rendimiento y genialidad hasta los 40 años. Sir Stanley Mathews se retiró con 50 años, y Buffón, el portero de la Juventus y la selección de Italia marcha con altiva celeridad hacia la cuarentena. La marca de Vigdo Fingboga, defensa central del Keflawik no ha sido superada. Jugó hasta los 73 años, y según cuentan las crónicas, a sus 73 primaveras consiguió interceptar de cabeza un pase de gol del equipo contrario. El público, en pie, le obsequió con una rotunda y sonora ovación, y Vigdo se emocionó hasta tal punto que falleció en el acto, con las botas puestas y besando el escudo de su glorioso club. En la carretera que une Keflawik con Reijkiawik, en el kilómetro 14, cuando se diluye el olor a tripas de ballena y superada la llamada «curva de las ovejas heladas», bajo una lápida color centeno se halla la tumba del extraordinario defensa, del que se dice que era más sencillo de superar que un seto de boj recién plantado.
Llevo dos meses leyendo las renovaciones de contrato de algunos jugadores del Real Madrid, y mucho temo que más de uno va a superar la marca de Vigdo Fingboga. La diferencia es el que el pésimo y corajudo defensa islandés, cuando el partido finalizaba, sin apenas ducharse, acudía raudo a su granja y ordeñaba a sus veinte vacas en compañía de su nieto, Gertrud Moisés. Los jugadores del Real Madrid lo harán ingresando un suculento pastizal dinerario, lo que antaño se decía «una millonada», y tengo la certeza de que se trata de un grave error empresarial. Bernabéu, a partir de los 30 años, renovaba el contrato de sus grandes futbolistas por un año, y no se equivocó. «Las promesas electorales se hacen para que no se cumplan», dijo aquel magnífico cínico que se llamó Enrique Tierno Galván. Pero los contratos firmados tienen una fuerza legal inflexible, y si el contratado no claudica, el Real Madrid, por rico que sea y bien administrado que esté, se va a desangrar económicamente. A partir de los 30 años, y más en la actualidad con las exigencias físicas que el fútbol requiere, las fuerzas se debilitan y los músculos y huesos se exponen a serios contratiempos. Ganar, sólo por jugar al fútbol, veinte millones de euros por temporada es una barbaridad, sin contar el sueldo, las primas, las dietas, los derechos de imagen y demás propinas y canonjías. No me estoy refiriendo exclusivamente a Cristiano Ronaldo, portentoso jugador que empieza a dar síntomas de cansancio. Hay algo del perdedor del Tenorio, don Luis Mejía, en este método. «Solo para mí», y «que nadie me la levante», cuando es obvio que a partir de determinada edad, la lozanía desaparece y nadie pretende ni quitársela ni menos aún, levantársela.
El Real Madrid tiene un cuerpo técnico –en fútbol, que no en baloncesto–, muy atrapado por la inmediatez y rigurosamente forofo. No da su brazo a torcer cuando yerra. Ahí están Isco y el bueno de Morata, excelente persona y notable futbolista, pero no lo suficientemente notable para jugar regularmente en el primer equipo del Real Madrid. Y el caso de Ramos es de sarpullido creciente. Lo de la cantera está muy bien, pero no hay que ser sensiblero con sus productos. El Real Madrid requiere y demanda la contratación de los mejores del mundo, y no los experimentos. Es comprador y no vendedor. Y no puede convertirse en un asilo prematuro. En pocos años, que pasarán como ráfagas, no quedará ninguno de los que ahora juegan. No quedarán sobre el césped, pero sí en la tribuna, animando a su club y cobrando millones de euros por acudir a sus entradas del Bernabéu para animar a sus compañeros. Hasta que se extingan los contratos, que se extinguirán, pero somos muchos los que no lo veremos. En fin, que en esas estamos.
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