El desafío independentista
Hasta «Toledo»
El palo ha sido tremendo. Ellos, que pisotearon la democracia y la Constitución, convencidos de que eran impunes y que las leyes españolas dejarían de operar en Cataluña «ipso facto», se vieron de repente esposados, encaramados a un furgón y encerrados en ese triste espanto que es la cárcel. A Junqueras y compinches no les debe caber a estas alturas ni un cacahuete a martillazos, como tampoco a Forcadell o al prófugo de Bélgica, pero lo más chocante es que la juez Lamela ha conseguido también asustar al PP, al PSOE y a la inmensa mayoría de los tertulianos españoles. Estaban encantados, alabando el maquiavelismo de Rajoy, con la tesis de que el 155 resolvía el problema, porque se había aplicado sin sobresaltos, y convencidos de que lo adecuado era ir apaciblemente hacia las elecciones autonómicas del 21-D y aquí paz y después gloria. Pero aparece una juez con un par, aplica la Ley, encarcela a los miembros del extinto Govern a los que ha podido echar mano y los que llevan meses tildando de golpistas a Puigdemont y sus cuates, los que clamaban contra la impunidad con que desafiaban al Estado español los independentistas, se acongojan.
Y empiezan a hablar de «inoportunidad política», a advertir de que meter entre rejas a los facinerosos dará alas a los del «procés» y a repetir con cara de pena que es un error despertar al monstruo.
Pamplinas. Para empezar, dudo que sea posible empujar más hacia la xenofobia y el fanatismo a los se pasan por la entrepierna los derechos de la mitad de la población, negándole hasta la condición de catalana, a los que aplauden multar a los tenderos por rotular en castellano, califican de sucios a los extremeños, de vagos a los andaluces y de ladrones al conjunto de los españoles.
Segundo y es más importante, no están en juego unos escaños sino el futuro de una generación. Si llegados a este extremo, se imponen otra vez los melindrosos, los del chanchullo y la anestesia, los que miraron para otro lado y aceptaron durante décadas que el Estado no compareciese en Cataluña, la España que amamos se perderá para siempre.
La aplicación de la ley no siempre es un plato de gusto, pero no queda otra, porque el desafío ha sido tan grande, el conflicto se ha enconado tanto y los delincuentes han ido tan lejos, que esto no se puede resolver ni con persuasión ni con diálogo.
NOTA. -«Toledo» es lo que aparecía escrito en las buenas espadas de antaño, justo al lado de la empuñadura.
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