Crisis en el PSOE

¿Hay un adulto por ahí?

La Razón
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Los argentinos son adictos al psicoanálisis, llevado al río de La Plata por un exiliado republicano español, y en Buenos Aires C.F., en una céntrica plaza y sus bocacalles aledañas, se da la mayor concentración de analistas del mundo, y en las vacaciones del estío austral se dispara en la Capital el índice de suicidios. Los sucesos dados en la casa de los líos de la calle de Ferraz invitan a recostarse en el diván porque parecen haber somatizado psicológicamente sus desencuentros y hasta los modales entre compañeros, clausurando los despachos de los «federales» disidentes, incluido el de su Presidenta, Verónica Pérez, y ronroneando autobuses con partidarios de Pedro Sánchez en una caricatura de la toma de La Bastilla. Ni en aquel Congreso de Suresnes en rebeldía ante Rodolfo Llopis, ni durante la dimisión de Felipe González por la instrumentalización del marxismo el PSOE se había visto tan dividido y en peor ocasión, alimentado por tanto doliente por el quebranto socialista sin un recuerdo por los 47 millones de españoles en lista de espera.

Nadie le disputará a Sánchez el mérito de, como en las cajas chinas, haber metido una crisis dentro de otra. El aura de este episodio epiléptico se advirtió en el mitin de Miquel Iceta, urdidor de los infames tripartitos y servomando de Sánchez, rogando desmelenado a Dios que permitiera a aquel arrojar de España a la derecha democrática ganadora por minoría de las dos últimas elecciones. Si un jefe socialista puede decir eso y con esos modos es que crujen las cuadernas del PSOE. Se busca el fulminante en las declaraciones en Colombia de Felipe González sobre la dualidad de Sánchez y sus mentiras, pero el ex presidente, aunque haya movido el peso que le queda, no es gustoso de maniobrar desde el extranjero. Fue el propio Sánchez quien desbordó el vaso intentando con su voluntarismo aventurero que el Comité Federal transigiera con un Congreso a las prisas, unas primarias de alta velocidad y su manida consulta a la menguante militancia. Todos ellos problemas urgentes para España. Le asistía toda la razón a Alfonso Guerra cuando advertía que había que tener mucho cuidado con las primarias porque las cargaba el diablo. José Bono era el hombre consensuado para la Secretaría General hasta que, tomando el cielo por asalto, se destapó un joven diputado por León que llevaba 14 años en el Congreso sin abrir la boca. Con la ayuda de Trinidad Jiménez, Zapatero organizó un grupo de amigos en torno a la tercera vía de Tony Blair (otro de Las Azores), que tampoco sabía en qué consistía el artilugio mental, y le lamió el plato a José Bono por nueve votos, aunque luego le recompensaría largamente.

El joven diputado vasco Eduardo Madina usa una pierna protésica tras un atentado etarra y era el ungido por el Espíritu Santo, cuando apareció otro desconocido, diputado por sustitución, con una gran mercadotecnia de seducción, figura, carilindo, que fue escogido por las bases (que nada tienen que ver con los millones de votantes socialistas) en el supermercado de la política donde tanto se valora el envase. Antes se hablaba del complejo de La Moncloa que paralizaba a los Presidentes, y también existe el de Ferraz que anula a los Secretarios cuando no tienen el Estado. Sánchez se dotó de una guardia pretoriana de obsecuentes tan desconocidos como él y sus relaciones con el partido fueron malas desde el comienzo de su bienio gris. No ganó una elección ni en una pedanía bajando el suelo electoral del partido, no frenó la sangría de militantes a los que tanto requiere en su entendimiento de la democracia asamblearia, no asumió políticamente ninguno de sus fracasos, ante los que sacó pecho, creyó que podía entenderse con Pablo Iglesias como un padre con un hijo sumiso, entregó la gobernación de municipios y autonomías a Podemos como acto de responsabilidad, y su proyecto socialdemócrata consistió en la hemiplejía moral de que la modernidad reside en la demonización de la derecha, de la mitad de los españoles. Luego infló el «soufflé» con la monomanía del federalismo, como si España no lo fuera excepto nominalmente, sin haberse leído la I República. Pedro Sánchez es el peor Secretario que ha tenido el PSOE y se ha dado prisa en su infantilismo en partirlo por gala en dos en medias aguas electorales. Bloqueó el sistema y bloqueó su partido. Tendrá sus virtudes, pero está en selectividad de hombre de Estado. También es mezquino, como está demostrando. Su biografía no autorizada (si alguien se toma el trabajo) se titulará: «Historia de una miserable ambición».