César Vidal

Herencias malditas

La Razón
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Una de las esperanzas que abrigan los mortales es la de heredar. Las herencias tienen un no sé qué de agradable que procede, en no escasa medida, de que no son fruto del esfuerzo propio sino de la laboriosidad e incluso la generosidad ajenas. Por supuesto, no siempre es fácil recibirlas. En mi época de abogado vi a familias que llegaban, literalmente, a las manos por repartirse caudales ínfimos. Tampoco es raro el caso de aquellos que se amargan al ver que se dilata la vida de la persona de la que esperan percibir y que repiten con harta convicción que las herencias «hay que darlas en vida». Con todo, hasta hace escaso tiempo, por poco o por mucho, recibirlas era una alegría. Escribo «era» en pasado porque, desde que comenzó la crisis hasta el día de hoy en que seguimos sumido en ella, las renuncias a las herencias se han multiplicado por cuatro. En otras palabras, cada vez hay más personas que prefieren rechazar aquello con lo que quizá han soñado durante décadas. La razón no es otra –¿podía serlo?– que los impuestos. Aún sin entrar en cuestiones como la manera más que discutible en que se gastan, soy enormemente crítico con sistemas impositivos como el español que resultan confiscatorios y que tienen un efecto deprimente sobre la economía. Por añadidura, basta ver las condiciones para cobrar una pensión que disfrutan congresistas y senadores y las de los meros contribuyentes para percatarse de que su cacareado papel social resulta más difícil de aceptar que un euro de madera. A decir verdad, si hay algo que no puedo negar es que son profundamente anti-sociales. Piénsese en el impuesto de sucesiones. Unos padres han trabajado toda su vida para dejar un patrimonio generalmente modesto a, pongamos, un par de hijos. Con dificultad, pasará de un piso, algún dinerillo en el banco y quizá unas acciones. Aún caliente el cadáver, la Agencia tributaria se lanza como un alano sobre los dolidos herederos y les impone, velis nolis, sus pretensiones. Si usted vive, por ejemplo, en Andalucía y sus padres le dejaron ochocientos mil euros en herencia, más de doscientos mil irán a los cofres de Montoro. Eso si no se despista y le recrujen con recargos y sanciones. En otras palabras, el infeliz finado se mató a trabajar para que los independistas catalanes cuadren sus presupuestos. No sorprende que miles prefieran renunciar a la herencia porque carecen de dinero para Hacienda. Si eso no es una maldición...