César Vidal

Héroes anónimos

La Razón
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Permítanme contarles una historia totalmente real. En 2010, un joven de 28 años sufrió varios infartos que le provocaron daño cerebral masivo y lo sumieron en un estado de coma. Durante un año, estuvo hospitalizado en un centro avanzado, pero su esposa, de veinticinco años, decidió, finalmente, llevarlo a casa. Se levantaba a las 6:30, lo lavaba, le administraba la medicación, le realizaba la higiene respiratoria y le daba el desayuno. A las 12, con la ayuda de un fisioterapeuta, lo levantaba de la cama y lo ponía en una camilla verticalizadora que cuesta unos 3.000 euros. Luego, mediante una grúa de unos 750€ y, tras la fisioterapia, lo sentaba en una silla de unos 6.000. Tras ayudar al fisioterapeuta –que cobraba menos, conmovido por su ejemplo–, aquella mujer preparaba la comida, se la daba, lo acostaba, lo levantaba sola tras la siesta y, a veces, recibía alguna visita, que se espantaba al contemplar a aquel joven que sólo fijaba su mirada extraviada, ocasionalmente, en el canto de los pájaros y casi siempre en el olor y el sonido de su cónyuge. A las 22, aquella mujer conducía a su esposo a la cama y permanecía en vela toda la noche atenta al cambio de la respiración. Al menos en tres ocasiones, hubo de resucitarlo antes de que llegaran los servicios de emergencia. Aquella situación duró cinco años. Tramitó la ayuda por dependencia, que, al tercer año, le hicieron solicitar de nuevo, para concedérsela dos años después a razón de 90€euros mensuales. Quizá no podía esperarse más, teniendo en cuenta que las comunidades autónomas no cubren ni siquiera la mitad de la cantidad a que están obligadas por la ley de dependencia. Sólo Madrid se acerca al ochenta por cien de lo que debería abonar y otras CCAA son tan malas cumplidoras como Cataluña, que ocupa un bochornoso sexto lugar en una lista de pésimos e insensibles pagadores. Pero la situación de los dependientes difícilmente va a aparecer en los medios y los políticos saben que muchos no pueden votar. Su destino, trágico las más de las veces, se encuentra en manos de gente como esta mujer, gitana por más señas, cuya historia acabo de relatarles. Son los héroes anónimos que ahorran al Estado entre 70.000 y 80.000 mil euros al año, pero que, por encima de todo, demuestran que, en esta sociedad que olvida a sectores enteros de la misma por un quítame allá ese Barça-Madrid, aún quedan seres que merecen plenamente el calificativo de humanos.