Ángela Vallvey

Homenaje

La Razón
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Vivió tiempos miserables, y una vida acorde con ellos. Amaba a las mujeres, pero las de su familia no lograban prosperar, y aunque él las quería, también le inspiraban una mezcla de admiración y lástima. Le sobraba ingenio, juicio e imaginación, pero era un inútil para arreglar las cuentas de su casa. Durante su existencia no persiguió la gloria, aunque no le hubiese hecho ascos a un poco de fama de esa que engorda la faltriquera y permite pagar unas cuantas deudas. Se casó por interés, pensando que el matrimonio le convenía a su reputación, pero su señora ni era tan linajuda como aparentaba ni tenía los cuartos suficientes para sacarlo a él de la gazuza sempiterna. Y, además, resultó una pava y una sosa. Se consoló pensando que él tampoco era una bicoca. Había tenido una hija «ilegítima» con una mujer casada de esas que matrimonian con un capullo y luego lo coronan de cuernos para vengarse. Aunque él prefería pensar que aquella que se veía con él lo hacía por amor, por su talento, porque lo consideraba una promesa... Al fin y al cabo le dio una hija a la que cuidó y protegió, y amó tiernamente.

Pasaban los años y él continuaba soñando con obtener un cargo público. Quería ser nombrado asesor a dedo, tener su canonjía, su lugar en la administración del poderoso Estado de un país sangrando de necesidad y de variadas penas. ¿Quién podría reprochárselo?, ¿acaso no es eso lo que queremos todos en España...? Por ello, por conseguir su ansiado puesto, le hizo la pelota a más de un indeseable de esos que calientan asientos omnipotentes, que le respondieron buenas palabras llenas de falsas promesas, y luego lo despreciaron todopoderosamente.

Se enroló como mercenario y se fue a luchar hasta que lo secuestró el ISIS, el Dáesh de la época. Quedó minusválido combatiendo. Era un tullido de aspecto tristón, desengañado de la vida, que había contraído otra hipoteca más por el rescate que su familia pagó por su liberación, pero estaba en la flor de su clarividencia. Poquísimos apreciaban su talento. Fue incluso acusado de asesinato. No puede decirse que viviera rodeado de reconocimiento. Los ingleses leían las traducciones de sus obras con más ganas y deleite que sus compatriotas españoles. Fue desechado: enterrado en una fosa común. Sigue olvidado por los mismos que lo despreciaron entonces. Se llamaba Miguel de Cervantes. Larga vida al genio.