María José Navarro
Igualados
En Colombia se ha abierto el primer mega café de franquicia y la gente ha hecho cola para entrar. El mega café de franquicia ya saben Vds cuál es: ése en el que te cobran cuatro euros por un agua sucia pero que suele coger los mejores esquinazos de las calles más céntricas para ubicar sus establecimientos, de tal manera que es imposible pasear por cualquier ciudad sin toparte con uno. El mega café de franquicia tiene también la particularidad de que gritan tu nombre en voz alta (prueben a dar uno falso, por ejemplo, Carod Rovira) y de que te pasas el rato eligiendo, decidiendo, escogiendo y poniéndole cosas a esos vasos enormes y sin sentido en los que te sirven, insisto, algo que se bebe. Este tipo de marcas están ya por todas partes y líbreme el mercado de negarles el pan y la sal del negocio, pero lo único que consiguen es que todas las ciudades parezcan la misma. Da igual si es Madrid, Barcelona, Londres. Habrá una calle en la que Bilbao se parezca a París y otra en la que Valencia pueda ser confundida con Tokio. Y lo que es peor, el centro de Teruel es el mismo que el de Huelva. Hace unos años paseabas y te encontrabas con confiterías de esas de taburetes y barras bajitas, pequeñas mercerías, ultramarinos, zapateros, bares con chorrillo de agua para refrescar los vasos y camareros que tiraban cañas con la destreza de un cirujano. Ahora casi todo es igual, casi todo tiene el mismo aspecto. Incluso Bogotá, donde la gente ha hecho cola para entrar en un café de franquicia olvidándose del tintico colombiano, esencia entre todas las esencias. Qué rabia, oigan.
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