Política

Alfonso Merlos

Influencia y liderazgo

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Debemos estar. Y ha de verlo la comunidad internacional. Por razones de peso político, económico, cultural; por nuestros compromisos en materia de seguridad, tanto cooperando financieramente en el desarrollo de los pueblos más deprimidos como por nuestra participación en misiones de paz en varios de los puntos calientes del globo con resultados de primera división. Hemos hecho de España una marca de credibilidad y prestigio en la ONU, y es el momento de reconocerlo.

La del ministro Margallo, pase lo que pase, es una misión cumplida. Porque con paso firme, ininterrumpidamente, con especial intensidad estos últimos días ha explicado a las naciones de medio mundo lo que podemos aportar frente a nuestros competidores en un asiento no permanente. España no es un país cualquiera y más de una década sin presencia en el Consejo de Seguridad sería demasiado tiempo. Demasiado injusto. Un error.

Hacerse con esa plaza no tiene que ver con ningún ejercicio de postureo diplomático. Significa una ocasión de oro para influir y coliderar la gestión de los enormes desafíos y las inacabadas crisis a las que en conjunto hay que responder. Pensemos en Irak, Siria o el cierre en falso de situaciones gravísimas que se han generado en la órbita de la Federación Rusa (el caso ucraniano). Y pensemos en la capacidad estratégica que puede tener España para salir al encuentro de soluciones a través de la conformación de alianzas, de la suma de voluntades... el «soft power».

Si a eso sumamos la oportunidad de disponer de voz y voto ante cuestiones que tocan líneas capilares de nuestras relaciones exteriores (Sáhara Occidental, Gibraltar, Marruecos), digámoslo alto y claro. Esa silla nos conviene. Sabemos para qué sirve sentarse.