Historia
Janusz, criatura...
Se llama Janusz Korwin-Mikke, y aunque le cueste creerlo, su nombre es más fácil de pronunciar que su presencia en el Parlamento Europeo de entender. Como las burradas por desintegración del cerebro son complejas de resumir, mejor escribo textualmente lo que dijo este prodigio de la naturaleza humana que no sabemos por qué ha terminado en la Eurocámara, pero ayuda a saber por qué la institución vive una de las etapas de mayor infravaloración desde su creación. Janusz dixit, atentos: «¿Sabe usted cuántas mujeres hay entre los primeros cien jugadores de ajedrez? Se lo diré: ninguna. Por supuesto, las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son más débiles, más pequeñas, menos inteligentes». Como todos sabemos, los grandes avances de la Humanidad se deben a los primeros cien jugadores de ajedrez. Eso ha sido así toda la vida. Y de estatura, debilidad e inteligencia baste nombrar a tres personajes de la Historia: Hitler, Stalin y Franco, los 3 grandes atletas de varios metros de altura, inteligencia desbordante y fortaleza de hierro, por eso ordenaban asesinar a otros desde un despacho, por la fortaleza del hormigón del rostro que lucían.
No sé lo que ganará la criatura Janusz, pero demasiado por vomitar odio y sinrazón. Polonia no se lo merece. Ya ha pagado demasiadas facturas a lo largo de la historia solo por estar ahí, en medio, en manos de unos y en planes de otros. La historia y la geografía se han aliado en su contra. Polonia no se lo merece. Las mujeres tampoco. Los hombres tampoco. La política tampoco. Europa tampoco. Y entonces, ¿qué hace en el Parlamento Europeo? Y, sobre todo, ¿qué hace el Parlamento con semejante? Alguien que no respeta la Declaración de los Derechos Humanos tiene que estar fuera, al sol, que le dé el aire en la cara, porque para airear el cerebro primero hay que tenerlo.
Y mientras, por aquí, la RAE anuncia que matizará el significado de sexo débil como «conjunto de las mujeres», añadiendo que la expresión se utiliza con intención despectiva. Matiz corto, breve e insulso, por cierto. La música que suena es otra, pero la RAE a su ritmo: lento y rancio.
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