Bruselas

Jordi «el plasta»

La Razón
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«Si en algún momento sientes que tu vida es una mierda, piensa en el preso que compartía celda con Jordi Sánchez». La frase corre por la red como la pólvora por Whatsapp y refleja al menos dos cosas. Una, lo cansina que está siendo la crisis de Cataluña y otra, que la «histórica» proclamación de independencia, ha degenerando en un sainete, sin épica ni brillo. Pocas horas después de que la prisión de Soto del Real aceptara cambiar de calabozo al compañero del presidente de la ANC, aceptando el argumento de que no aguantaba más la «matraca del independentismo», Puigdemont salía por patas hacia Bélgica, para pedir allí asilo político, según las malas lenguas.

Es de traca. Cierto que un par de días antes, el ex presidente de la Generalitat ya había perpetrado la patochada de emitir por TV3 un mensaje instando a los catalanes a actuar como escudos humanos de su fracasado proyecto, a la misma hora en que tomaba vinos en un bar. Lo de declinar toda responsabilidad es grave, pero la fuga a Bruselas tiene dimensiones de payasada. Es un timo a esos dos millones de ciudadanos que según las cuentas de su fenecido Govern creyeron en él, que mi amiga Pilar Rahola, tan lista y cosmopolita hasta que quedó atrapada en el nacionalismo identitario, celebra en Twitter anunciando que el «máximo símbolo de la República Catalana va a la capital diplomática de Europa». Rahola confirma dos cosas: que los independentistas son inasequibles al razonamiento y que la inteligencia y la cultura no te vacunan ni contra el horror ni contra la gilipollez. No son catetos cerriles o gentes de baja estofa quienes han urdido el «procés». Han sido los elementos más privilegiados de la sociedad catalana, incluyendo desde su mejor entrenador a su futbolista más carismático, pasando por artistas, empresarios y profesores de Universidad.

Quede claro que no es una peculiaridad catalana, sino algo que va siempre aparejado a todo tipo de movimientos similares, empezando en la Alemania de hace 80 años, siguiendo en la Yugoslavia de hace 30 y terminando en la Italia de estos días. Ahora, demolido por las gigantescas manifestaciones con banderas españoles el mito de que el pueblo catalán sólo aspira a la ruptura, planchados por el maquiavelismo de Rajoy y con la perspectiva inmediata de unas elecciones que les pueden ser adversas, todo su tinglado parece chusco, pero no deberíamos olvidar que estos plastas sabían muy bien lo que hacían, le echaron mucho talento y han tenido a España entre la espada y la pared.