
Internacional
La bomba

Hoy estamos un paso más cerca de que la tierra tiemble. En Alamogordo y en los laboratorios Sandia los científicos mordisquean sus bolígrafos a la espera de una llamada que cambie la historia. Nadie cree que EE UU retome las pruebas nucleares en los próximos meses, pero el nuevo presidente habla como el presidente de un club de fútbol. Alardeó el otro día de que si hubiera una nueva carrera armamentística «los superaremos a todos». Su retórica comanche, con el tam tam de guerra incorporado, despierta fantasmas largamente groguis. El carísimo programa que supervisa la salud del armamento nuclear, a base de supercomputadoras y test virtuales, no es igual de fiable que la detonación de un pepino de 25 kilotones bajo los saguaros. Tampoco es un secreto que China y Rusia llevan años cebando sus ingenios atómicos, renovando cabezas nucleares y botando submarinos y bombarderos. Pero mejor eso que agitar la bicha, mientras varias docenas de países reclaman su derecho al Armagedón y reeditamos una guerra fría atomizada de Corea del Norte a Pakistán e India. James Glanz, periodista del «The New York Times», recuerda que los dos últimos secretarios de Estado de Energía, al cargo de las bombas y decenas de miles de millones de dólares para engrasarlas, fueron físicos reputados. En su lugar, Trump ha nombrado a un político, Rick Perry, ex gobernador de Texas. Alguien conocido por sus arrebatos temperamentales y su extremismo dialéctico quizá no sea la persona a la que uno confiaría la custodia del juguete, pero tampoco conviene encampanarse con la supuesta ventaja moral de los hombres de ciencia: las brillantes aportaciones de Robert Oppenheimer, Enrico Fermi, Niels Börh y el resto de cerebros del Proyecto Manhattan valieron para que los Aliados desarrollaran la Bomba antes que el Eje, pero sus ecuaciones también desembocaron en la muerte de 246.000 personas, desintegradas y achicharradas en Hiroshima y Nagasaki. Además, nadie sabe cómo actuará Perry una vez sea investido. Tal vez elija a un equipo de técnicos altamente cualificados, batas blancas ajenas a la geopolítica envenenada del populismo al alza. Ojalá actúe como contrapeso del gorila en jefe. En caso de guerra mundial mi bandera es la de la democracia. EE UU luce como la última trinchera, pero también sé que si zumban las bombas con ojos, si el campo fosforece con las luces de ozymandias, planchado por los rayos gamma, y una bola de fuego asciende a 4 kilómetros de altura, importarán muy poco tus principios. «Ahora me he convertido en la muerte, destructora de mundos», contaba Oppenhaimer que pensó cuando detonaron Trinity. El único problema de la cita es el plural, por cuanto no hay otros que colonizar una vez planchemos éste. En 1961 Kennedy advirtió que «cada hombre, mujer y niño vive bajo una espada de Damocles nuclear, colgando por el hilo más delgado, y que puede cortarse en cualquier momento por accidente, error de cálculo o locura. Las armas nucleares deben abolirse antes de que acaben con nosotros». Medio siglo más tarde volveríamos a la casilla de salida. Si pueden o saben, recen.
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