Restringido
La brocha gorda
No sé si es la presión social o la proclividad de los medios de comunicación a la brocha gorda, pero nos pasamos por el arco del triunfo los detalles.
¿Cuántas veces han escuchado desde el viernes que el islam no tiene nada que ver con la carnicería de París?
Pues da la casualidad de que los facinerosos que fueron ejecutando uno tras otro, hasta llegar a 80, a los chavales atrapados en el Teatro Bataclan gritaban «Alá es grande» cuando apretaban el gatillo de sus kalashnikov. Y seguro, como pasó con los hermanos Kouachi, que asesinaron 12 personas en «Charlie Hebdo» hace diez meses, que entre los ocho terroristas abatidos y los dos en busca y captura hay varios nacidos en Francia y que todos se radicalizaron en una mezquita y alimentaban un deseo ferviente de vengar a los musulmanes de las afrentas de Occidente.
Pues todavía estaban acribillando inocentes en la capital francesa cuando aquí unos idiotas de Podemos subían a Twitter que lo sucedido tiene su seno en el expolio que el capitalismo occidental ha infringido al mundo árabe y añadían: «El islam es una religión de paz».
Y no habían cerrado la cuenta a estos mamarrachos, cuando la estrafalaria Talegón se tiraba en plancha a las redes sociales con el «No a la Guerra» y el inefable Carlos Bardem justificaba la barbarie diciendo que el odio engendra odio. En lo que tarda esta columna en llegar al kiosco, seguro que se suman al cortejo el cretino de Willy Toledo y algún otro especialista en desplegar «atenuantes» y repetir mantras del tipo «condeno la violencia venga de donde venga». Para empezar, la violencia sólo viene de un sitio y no necesita una motivación racional. ¿Qué habían hecho los 202 turistas masacrados en Bali además de beber cerveza y bailar en la discoteca? El camino más directo para convertir un problema en una catástrofe es negar su existencia. Los asesinos no vienen de fuera, ni necesitan saltar fronteras aprovechando el Tratado de Schengen. Viven entre nosotros, en el corazón de Europa, disfrutan del Estado del Bienestar y gozan de todas las garantías legales.
Dar por bueno que la bestialidad en que viven inmersas Siria, Irak o Libia es consecuencia de la acción de una minoría diabólica es errar el tiro. El sangriento éxito de los matarifes, el velo, el despeñamiento de homosexuales, las crucifixiones y las decapitaciones no serían posibles sin la complicidad, el apoyo o la aquiescencia de una amplia mayoría.
Como no sería posible que los asesinos de París hubieran podido preparar sus atentados, sin el silencio pecador de algunos de los que rezaban a su alrededor mirando a La Meca.
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