María José Navarro

La Celbueguer

Renée Zellweger, que era una chica monísima con hoyuelos y ojitos achinados de lo más pícaros, ha pasado por talleres y ahora no se parece a ella misma. No sabemos bien por qué ni entendemos a qué viene, pero Renée Zellweger, a quien a partir de ahora llamaremos la Celbueguer para abreviar, dice estar contentísima con su nueva cara, su nueva etapa y su nueva vida. Se ve que no le preocupa que no le reconozcan los vecinos ni que le ladre su perro ni que la ignoren sus sobrinos, ni tener que llevar siempre una gran chapa en la solapa en la que pone «Que sí, que soy la Celbueguer, oiga». Una puede entender esa excitación por ser una nueva persona y hacerse pasar por otro y cotillear en las fiestas lo que dicen de una misma, pero puesta a cambiar de cara yo habría elegido algo un poco más radical, no sé, quizás Paco Gandía, quizás Virgilio Zapatero, quizás Bigote Arrocet, si bien no parece muy buen momento para estos últimos, la verdad. A una le da especial rabia que la Celbueguer, tan mona ella, haya caído en la tentación de tener cara estándar de operada, sobre todo por identificarla Bridget Jones, el canto a exactamente lo contrario: la chica no muy mona, no muy delgada que era como era y precisamente por eso se queda con el más guapo entre los guapos, Colin Firth, tan contento con el pandero de su chica, grande como el mapa de Brasil según ella misma decía. En fin, qué le vamos a hacer. Lo único, chiquilla, ¿no podrías haber aprovechado y operarte el apellido, a ver si por fin podíamos pronunciarlo?