José María Marco

La ciudad cervantina

El descubrimiento de los restos de Cervantes en el convento de las Trinitarias Descalzas de Madrid es una gran noticia. A Cervantes no le habrá cogido de sorpresa que la noticia haya sido recibida con cierta dosis de mezquindad, a veces incluso con envidia... Nada de eso debería empañar el hecho de que ahora sepamos que los restos de Cervantes descansan allí donde él mismo quería que lo hicieran. Madrid no es una ciudad importante en su obra. Sin embargo, que aquí se hayan preservado sus restos indica que Madrid, tan estúpida y enconadamente denostada por quienes no aguantan la libertad, ni la tolerancia, ni la modernidad, sabe lo que es importante.

Algunos, en bastantes ocasiones, nos hemos acercado a la maravillosa iglesia de las Trinitarias para rezar cerca de Cervantes y por él, para agradecerle los tesoros de nobleza y dignidad que nos legó en su obra. Casi siempre estaba cerrada. Ahora, seguramente, podremos hacerlo con más facilidad, aunque más acompañados, lo que no deja de ser una buena noticia. Los responsables políticos y culturales deberían tener el buen gusto de evitar despliegues demasiado aparatosos, que no se corresponden con el carácter de Cervantes, ni con su obra, ni con una ciudad, como Madrid, que siempre ha sabido comprender con justeza el valor de las cosas.

Y para evitar congestiones y al mismo tiempo aprovechar la casi inimaginable cantidad de imaginación y creación humana y artística de la que es testimonio lo que ahora se llama, un poco pretenciosamente, el Barrio de las Letras, también se podía dedicar algún edificio de la zona a algo así como un museo cervantino. Es fácil aprovechar las Trinitarias, la Imprenta de Juan de la Cuesta, la Casa de Lope de Vega, las iglesias de San Sebastián y San José, tan eminentemente literarias, como lo es Madrid, la ciudad –con París– más literaria del mundo.

Ahora empieza a quedar atrás el delicado trabajo en el que han colaborado con éxito el Ayuntamiento –con Ana Botella al frente: es de justicia reconocerlo–, las monjas trinitarias y, en primer término, los científicos. A partir de aquí, la calidad de la gestión de los próximos responsables municipales se verá puesta a prueba por la necesidad de dar al asunto la proyección que tiene, la de respetar su dimensión humana y religiosa, y poner en relieve su específica naturaleza madrileña, ciudad que, al fin y al cabo, hizo posible el nacimiento de muchas de las criaturas cervantinas.