Cerco a la corrupción
La corrupción corrompida
Aunque en ello se empeñen los cada vez más estropajosos sondeos de opinión no es una verdad revelada que la corrupción sea una de las primeras aflicciones de los españoles. Poco viajados, desconocemos las intrahistorias de Brasil o Argentina, o de Italia y Ucrania, que serían brevete de cómo, igual que el papel, las sociedades lo aguantan todo. Un centón de estadísticas, muchas de padre desconocido, retratan una España de hambrunas, desnutrición infantil, familias antaño de clase media y hogaño en exclusión social, sobre la que cabalgan los cuatro jinetes del Águila de Patmos. ¿Cómo no vamos a tener baches y socavones sociales cuando hasta la ordenada Finlandia propone un salario universal a cambio de eliminar todas las prestaciones sociales? Pero ante el ariete mediático hubo de salir varias veces a la palestra Mariano Rajoy a recordar que pese a todo lo que nos aflige no somos el Sudán que se quiere pintarrajear. La corrupción que afecta principalmente al PSOE, a los juguetones de la derecha independentista catalana y al PP (por este orden) es de tercera porque no hay cuarta, cutre, ignorante de los trucos de la ingeniería contable, fiscal o financiera. Nuestra corrupción parece haber bebido en la piscina de Jesús Gil y sus mamachichos, y quizá lo fuera. Esta corruptela es incompatible con monstruosos zarpazos al dinero como los estadounidenses de «Lehman Brothers» o el truhán de Madoff; acostumbrados a desfalcos por menudo, no hubieran sabido hacerlo. Nuestros corruptos trapichean con preferentes o con altramuces, cuando no se ensucian en indecorosos chantajes políticos. Las madrastras de estos desgarramantas son los medios de comunicación que les dan tratamiento de «Prensa amarilla», que creíamos haber circunscrito a las revistas de útero, una Justicia incapaz de juzgar a Bárcenas en seis años y que deja para el valle de Josafat esclarecer los ERE de Andalucía, y la imposibilidad metafísica de que las garduñas devuelvan lo robado siquiera para aliviar pena. Rita Barberá ha sido una notable alcaldesa de Valencia y hoy es una patética senadora sujeta a befa por no desaforarse poniéndose en manos de su juez natural. Si no va a ir a un penal, y su carrera política está finiquitada. Porque sufre mientras hace sufrir a los demás. Peor corrupción que la del dinero es la de Otegi y esas «nekanes» que le sonríen embelesadas. No hace falta un gran pacto político contra la corrupción sino el rearme moral propiciado por Costa hace más de un siglo.
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