Julián Redondo

La despedida más triste

La despedida más triste
La despedida más tristelarazon

Aeso de las once de la mañana del martes 24 de junio de 2014 aterrizará la Selección en el aeropuerto Adolfo Suárez. Si hay recibimiento, no será multitudinario; ni rastro de la fiesta del 12 de julio de 2010 cuando los campeones llegaron de Suráfrica. Bajaron admiradores de las montañas para rendir tributo a los dioses. Millones de madrileños en las calles; fervor y orgullo patrios; banderas nacionales en balcones y ventanas de mucho Madrid y media España... Las que hoy quedan en la capital son restos del día de la coronación de Felipe VI. De fútbol no hay nada que celebrar. Tengo un amigo, directivo de la RFEF, que en la final de la Copa del Rey en Valencia vaticinó este fracaso. Como al presidente Villar, le chocaba el recurso de Diego Costa. Aquel día, con todo el cariño del mundo, recriminó a Del Bosque que no se hubiera bajado del barco después del éxito en la Eurocopa. Aludía al desgaste, a las costumbres que se convierten en rutina, al volantazo imprescindible y aplazado por el roce, al cambio de jugadores para fortalecer el estilo, y no veía a Costa... Presagiaba el batacazo, se lo olía, pero no imaginaba algo tan penoso, un «shock» tan brutal. Aunque entrenador antes que fraile, jamás imaginó que los campeones del mundo terminaran tan desquiciados el partido con Holanda que fueran incapaces de levantarse contra Chile. El bloqueo mental debilita el físico y las consecuencias no se hicieron esperar: España, a la calle. La Selección, goleada y marchita, un equipo menor y vulgar. Lo peor de lo peor para jugadores que lo han ganado todo y que naufragan a punto de atracar en el último puerto de su travesía. Es el caso de Xavi, el paradigma de futbolista clarividente en torno al cual crece toda una generación y se dispara la autoestima de un país. Xavi hoy no juega, se despidió contra Holanda. ¡Qué triste!