Ángela Vallvey
La escopeta nacional
No sé qué pasa recientemente (en los últimos casi cuarenta años, digo), que detrás de muchos casos de corrupción se observa un paisaje compuesto de escopetas de alta gama, cacerías de indudable estofa cinegética, monterías pijocutres y mogollón de cuernos amontonados en la junta de carnes, para una foto que podría ser un plano de «La escopeta nacional», del gran García Berlanga.
Las tramas corruptas que se desenredan ante nuestros ojos, bajo el martillo judicial, no carecen de alcaldes untados hasta el corvejón, esforzados concejales de urbanismo faltos de urbanidad, avezados constructores con el jarrete cargadito de comisiones B, algún senador o alto cargo político experto en los mejores puestos para abatir reses, el conseguidor con cara de biencomido y el ricohombre con jeta de estar siempre hambriento.
Sólo falta aquel «cura facha» de Berlanga, que tan magníficamente interpretaba Agustín González, gritándole a un noble venido a menos que se quiere divorciar: «¡Lo que yo he unido en esta tierra no lo separa ni Dios!». De hecho, excepto porque ya no hay curas franquistas en las cacerías donde se hacen negocios con la Administración (creo), una diría que no ha pasado el tiempo: que seguimos en la Transición y los personajes que interpretaban José Luis López Vázquez, Luis Ciges, José Sazatornil y Luis Escobar siguen siendo estereotipos de esta España nuestra. Los mismos actores de siempre. No de cine, sino sociales, protagonizando la comedia de un país condenado a ser acosado por una rehala de impresentables con el lomo de chuchos atraillados a un fajo de billetes del Tesoro Público. Los «cacicazadores» (mezcla de cacique y trampero) no cazan al rececho, ni al asalto, ni en mano. Cazan como los señoritos: sentados cómodamente en su postura, esperando que los perros les pongan la res delante del cañón... Y, ¡pum!: crudo al bolsillo.
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