Francisco Rodríguez Adrados
La Ley de Consultas y Cataluña
Desde hace muchos años escribo de tarde en tarde en los periódicos sobre el tema obsesivo que echan cada poco los políticos catalanes sobre los sufridos hombros del pueblo español (que es el suyo). Lo condimentan de varias maneras, la última es el derecho a decidir, contra el que hemos escrito todos, sustituye la Ley que ellos mismos firmaron, la Constitución, por una charanga preorganizada.
La ultimísima, la invasión por el Parlamento catalán de las atribuciones del Parlamento español, en el que también están ellos (pero no en número suficiente). Y la propuesta de siempre: el diálogo. Pedir que el Presidente del Gobierno español, elegido por el pueblo para algo muy diferente, acepte en amigable charla entregar lo que no es suyo, él lo sabe y lo dice bien claro. Así hasta la próxima propuesta, la última trampa. Y así siempre, una vez más.
Vivo, desde lejos, ese drama, entre bufo y sangrante, desde los tiempos de la última, penosa República. En realidad lo sigo, mediante la lectura, a través de todo el siglo XIX o desde antes.
Siempre el mismo guión: ofensiva del llamado pueblo, víctima de adulación y engaño, pura maniobra organizada; España cede, hace concesiones (estatuto, luego autonomía, más bien autonosuya, y nuevo estatuto). Mínima pausa. Y volver a empezar.
Ahora estamos en pleno preataque, tras el enésimo Estatut («volem l'Estatut», decían. ¡Pues ya van cinco o seis). Azaña condimentó aquel primer guisote: con el Estatut España iba a ser un charco balsámico de paz. Pues ya vieron qué paz, revolución y guerra y más revolución. Luego, vuelta a empezar. El café para todos, el suyo muy especial. Y nuevos estatutos con ayuda de algún juez catalán del Constitucional (recomendado por ellos, cómo no) y aliados socialistas en el Gobierno de Madrid. Cesiones y más cesiones, un poco por todos. A ver si amaina el temporal. Y esto en los momentos más débiles de España.
Por supuesto, siempre es necesario recordar el papel extraordinario que Cataluña y los catalanes han jugado en España y cómo hemos colaborado unos y otros tantas veces. En esta hora, desgraciada para todos, lo recuerdo con especial emoción.
En fin, en esas estamos, una vez más. El Parlamento catalán suplanta al nacional (que también tiene dentro separatistas, pero no los suficientes). Ahora el señor Mas pide más, que en una charleta el Sr. Rajoy le entregue algo que no es suyo, él dice que no, pero el otro insiste: que haga propuestas. ¿Qué hemos de proponer? Que dejen de molestar –y de crearse a sí mismos problemas. Que dejen que viva la gente– y se eclipsen ellos, quizá.
En fin, los desafortunados dirigentes de un pueblo tan español como otro cualquiera, aprovechando como siempre un momento débil del país, intentan desguazar a España. Una vez más.
Y se suma que los llamados socialistas catalanes votan con los sectarios. ¡Vaya papel el del partido socialista! Se había quedado sin votos, lo que había de racional en su programa lo practican ya todos, no necesitan votarlos a ellos. También los catalanes y los que se decían socialistas y eran otra cosa y, en general, toda la banda de la izquierda y la de mucho más allá, ha huido de ellos. ¡Vaya estrategia fracasada! Todos los catalanes independentistas y los socialistas afines y los comunistas y podemistas, si vale la palabra, todos estos les han negado sus votos. Aquello de la Valenciano (desaparecida), aborto y más aborto, vaya programa, no les sirvió de nada.
Vaya fracaso el de cortejar a los catalanistas y a los extremistas para lograr sus votos. Se han quedado sin su apoyo y sin sus votos. Es que prefirieron la irracionalidad y el suicidio antes de aceptar lo racional. Es de derechas, saben.
Yo la prefiero en todo caso.
Ya ven a ese Sánchez, que parecía el menos malo, votando a favor de todo lo que disuelve los países. Y los llamados socialistas catalanes, que les daban votos, ahora, ¿qué les dan?
Entre tanto, yo admiro a Rajoy. No es mi tipo, seguro, no sé si su táctica es la mejor, espero que la lleve hasta el final, que no se deje distraer con las charletas, su «haz propuestas» o sea, «viola la Constitución, viola la entraña misma del país entero, suicidaos tú y tu España (que es también su país, digan lo que quieran), tú mismo haz el papel».
Estoy seguro de que Rajoy no va a aceptar ese comodo-incómodo suicidio. Aunque quizá sea preferible esperar a ver el final del partido, como hacemos en el fútbol, después de aguantar el espectáculo, con tal de que las cosas no se salgan de madre. ¡Ojalá!
Porque entonces no quedaría otro recurso que la «ultima ratio»: el famoso artículo 155 de la Constitución de todos, el terror de los políticos, al que también ellos votaron y luego lo olvidaron. Léanlo: «Si una comunidad autónoma no cumpliere las obligaciones que la constitución u otras leyes impongan, o actuare en forma que atente gravemente al interés general de españa, el gobierno, previo requerimiento al presidente de la comunidad autonoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquella al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general».
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