José Antonio Álvarez Gundín
La mala educación
Pese a los 35 años transcurridos de democracia, España está lejos de poseer una buena educación cívica. Incluso ha retrocedido en virtudes como la tolerancia, el respeto al adversario y la capacidad de diálogo, que fraguaron el espíritu de la Transición. Hay gente, bastante gente, sin educación democrática que confunde el derecho al pataleo con la patente de corso para ofender. La irrupción del escrache, secreción biliosa del populismo, es el síntoma más revelador de este deterioro, que identifica la protesta con el insulto y la reivindicación con el exabrupto. Para los militantes de la bronca no cuentan la oportunidad, el lugar o si el agravio va dirigido a la persona pertinente. Es legítimo reprobar en la calle a un gobernante, pues como gestor público está sujeto a censura también pública. Pero no en cualquier lugar ni en cualquier momento. Cuando la crítica prescinde de las formas democráticas se convierte en agresión. O cuando se ejerce de modo indiscriminado, que es lo que está sucediendo con la Familia Real. Los abucheos a la Reina (paradójicamente la personalidad mejor valorada por los ciudadanos) y a los Príncipes de Asturias carecen de toda justificación porque sus responsabilidades son institucionales, no de gestión pública, y su agenda viene marcada por las exigencias del Estado. Abuchearles en el Liceo, en Lavapiés o en un hospital es de gañanes con pavorosa incultura democrática, incapaces de distinguir entre un gobernante y un servidor institucional, entre un mitin electoral y un acto protocolario. Lo malo es que hay dirigentes políticos que, lejos de descalificarlos, los alientan, los halagan y hasta los imitan desde la inmunidad parlamentaria. Tantos años de democracia bien merecían mejores frutos que esta caterva de populistas con carnet de partido y sin una migaja de educación democrática.
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