José María Marco

La matanza de los inocentes

El responsable de la matanza de la escuela de Peshawar es el llamado TTP (Tarik-e-Talibán Pakistan), un grupo de fanáticos terroristas islámicos que dominan el territorio del norte de Pakistán y que han respondido de este modo a la ofensiva que el Gobierno lanzó contra ellos este verano, en lo que se llama el Waziristán del norte. No son el único grupo talibán de la región. Están los talibanes afganos y los varios grupos que operan en la frontera o en el interior de la India, país con el que Pakistán mantiene un enfrentamiento inacabable.

La situación creada por la matanza de Peshawar va a llevar al Gobierno a intensificar su ofensiva contra los talibanes del TTP. Nadie se lo reprochará, al contrario, y la posible neutralización de este grupo será una buena noticia para la zona y para el resto del mundo. Subsistirá, sin embargo, la tentación de proseguir el doble juego con los demás grupos terroristas: el apoyo más o menos discreto a los que operan en el Punjab, dedicado a predicar el odio sin límite contra la India y sus ciudadanos, y el apoyo prestado a los talibanes afganos, por aquello de la profundidad estratégica que otorga Afganistán en el enfrentamiento de Pakistán con la India. En la nueva posición del Gobierno pakistaní, habrá que ver por tanto cuál es el tratamiento que merecen estos grupos, capaces de una extrema violencia.

Desde una perspectiva más amplia, la matanza de Peshawar plantea otros desafíos, que afectan a la identidad nacional pakistaní y, más allá aún, al grado de ignominia y barbarie al que se puede llegar en nombre de la religión musulmana. En cuanto al primero, no cabe ser muy optimistas. Según algunas encuestas recientes, son más numerosos los pakistaníes que piensan que la India es más peligrosa para su país que el TTP, por ejemplo, lo que coloca al Gobierno en una situación complicada. En cuanto al segundo, el ataque de la escuela establece un récord de atrocidad, pero colocado en la serie de violencias desencadenadas desde el arranque de la reislamización del mundo musulmán operada en el siglo XX, es una gota más en un inabarcable océano de sangre. Las democracias occidentales tienen el deber de ayudar a quienes quieren rectificar el curso de estos hechos, y exigir lo mismo de quienes pueden contribuir a hacerlo. El conflicto de fondo, sin embargo, está en manos de los musulmanes. Ahí los demás poco podemos hacer como no sea llorar los muertos y defendernos.