Julián Redondo

La navaja cabritera

La Razón
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Ausentes los generales Espartero y Maroto por razones obvias –entre otras, que el histórico abrazo se lo dieron en Vergara el 31 de agosto de 1839 y que Roma no sería su terreno en ningún caso–, la escenificación del cariño verdadero y de la paz a todo riesgo entre los jugadores del Real Madrid y su entrenador se produjo en el estadio Olímpico de la Ciudad Eterna. Cristiano sumó su duodécimo tanto en esta edición de la Liga de Campeones y corrió hasta la banda donde saltaba de gozo Zinedine Zidane para celebrarlo con él. Luego llegaron los demás. Fue una piña, con «abracitos y besitos». Imagen para la posteridad que Rafa Benítez veía en un estudio de BT Sports, donde confesaba a Gary Lineker su dolorosa frustración por no ocupar el lugar de Zizou y, es de suponer, por no haber conectado con los jugadores como el neófito.

La navaja cabritera se utiliza para despellejar reses y, en sentido figurado, para dar puñaladas traperas y desollar personas en lugar de ganado. A Benítez nadie le convencerá de que una vez subido al tren del Madrid fue incapaz de hacer migas con el maquinista, el revisor y los pasajeros. Y le apearon apenas una semana después de denunciar una persecución de la Prensa contra su presidente, el Madrid y él mismo. Siete partidos después, saldados con un empate y seis victorias por el sucesor, Rafa ha largado y ha recurrido a la cabritera para subrayar que Del Bosque, Camacho y Ancelotti son víctimas de la impaciencia, como él –¿por qué firmó entonces?–, y que con Florentino en la cabina el Barça ha ganado más títulos. Ha sido más generoso con los jugadores, que le hicieron la cama y no paran de criticarle, que con quien le firmó el talón.