Luis Alejandre
La OTAN, de luto
Entramos tarde en la OTAN, entre nuestra clásica nube de contradicciones bien alimentadas de falta de madurez y cinismo político. El proceso lo inició el presidente Calvo Sotelo en su discurso de investidura, dos días después del 23 de febrero de 1981. A finales de este año se materializaba la adhesión, que sufrió un proceso de reflexión y de suspensión de las conversaciones tras las elecciones de octubre de 1982 que nos llevaron al referéndum de 1986, en cierto sentido definitivo para nuestra incorporación. Más tarde despejaría de sombras y cortapisas a nuestra total incorporación, el primer Gobierno Aznar. Hay quienes pasaron del «OTAN NO» a un más acomodaticio «OTAN, de entrada NO», para acabar teniendo responsabilidades en la organización nacida a consecuencia de la confrontación de bloques surgida tras la Segunda Guerra Mundial.
Durante la Guerra Fría, la propaganda comunista se había encargado de presentarnos a la OTAN como una máquina agresiva generadora de guerras, cuando en realidad ha mantenido siempre su carácter defensivo, carácter no exento de estar preparada siguiendo la máxima romana del «si vis pacen, para bellum» (si quieres la paz, prepara la guerra), sin descuidar las doctrinas de la polemología –Gaston Bouthoul– que añadían al «prepara la guerra», un «conoce, analiza, las causas de la guerra», si quieres evitarla.
Pero hay un hecho más que constatable en el haber de la OTAN: su capacidad de integración de naciones, sistemas y personas, unida a una gran flexibilidad y respeto a las políticas de cada uno de sus miembros. La idea fuerza de que el ser humano cuando se conoce, se respeta y que tras el respeto, viene el afecto, constituye en mi opinión la piedra angular de su eficacia. Porque existe un verdadero «espíritu OTAN», entiendo superior a la propia conciencia europea.
Y quienes primero vivieron este clima fueron nuestros hermanos del Ejército del Aire junto a los de la Armada. Los Acuerdos con los EEUU de los cincuenta ya habían abierto la puerta de la cooperación internacional, aunque ceñida a una relación bilateral . Con OTAN es diferente. Lo sintetizaba recientemente el general de nuestro Ejército del Aire Rubén García Servert que manda el Centro de Operaciones Aéreas Combinadas (CAOC) de la Alianza, responsable de una zona de operaciones aéreas que abarca desde las Azores hasta Turquía: «Aquí todos somos OTAN; da igual la nacionalidad; somos intercambiables». Este «todos» –unos 180– incluye a albaneses, búlgaros, canadienses, alemanes, franceses, ingleses, griegos, croatas, húngaros, italianos, portugueses, rumanos, eslovacos, turcos, norteamericanos y españoles ubicados en la Base Aérea de Torrejón. Presume con razón el general, de que «seamos los españoles gente capaz de forjar puntos de encuentro».
El segundo jefe del CAOC es un general griego; el jefe de operaciones es francés y el de planes, italiano. Once pilotos y oficiales de mantenimiento –Grecia y Francia– murieron y otros tantos –Francia e Italia– sufrieron heridas, este lunes en la base aérea de Los Llanos en Albacete al estrellarse sobre una de sus plataformas de despegue un F-16 del 341 Escuadrón de la Fuerza Aérea Griega (HAF). Participaba en un curso de liderazgo táctico de la OTAN junto a pilotos de Bélgica, Dinamarca, Alemania, Gran Bretaña, España y EEUU.
No tengo la menor duda de que nuestro Ejército del Aire ha sentido el trágico accidente como si los pilotos hubiesen sido suyos. Desde esta reflexión quisiera unirme a su dolor.
A pesar del riesgo, estos ejercicios tienen la enorme ventaja de contrastar experiencias, de integrar procedimientos, de encontrar la confianza, de conseguir una verdadera «unidad de doctrina», como decimos en nuestro argot. Bien sé que para los 750 participantes del curso será difícil olvidar este 26 de febrero. Sé que once familias sufren la pérdida de sus seres queridos y que otras sufren la incertidumbre de la evolución de quemaduras y heridas.
Tambien estoy seguro de que al dolor que sienten tres Fuerzas Aéreas de países hermanos –Grecia, Francia e Italia–, se unen todos los miembros de las Fuerzas Armadas españolas y todo el personal que sirve en el Ministerio de Defensa. No estoy tan convencido de que lo sienta como suyo una parte de mi sociedad que se resiste a comprender que nuestra libertad vive arropada bajo un paraguas de seguridad que proporcionan hombres y mujeres que se preparan permanentemente para ello, como los pilotos de Los Llanos. Pilotos que saben –dueños del cielo, de la más alta tecnología, de la velocidad y el vértigo– que su vida está sometida, como la de todos los seres humanos, al error, al fallo mecánico, al destino.
Hoy la OTAN está de luto. Creo que todos debemos sentirnos igual. Y no es malo hacer de la tragedia reflexión y aprendizaje. Como tampoco es malo recordar que hay hombres y mujeres que se preparan, con riesgo de sus propias vidas, en pos de nuestra seguridad.
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