Arquitectura
La otra Nueva York
El South Bronx, avispero rojo/azul, por los Bloods y los Crips, las dos bandas de gánsters nacidas en la era del caballo, arde como en los días en que Nueva York emulaba al Titanic. En 2016, el barrio, pegado a East Harlem, muy cerca de donde viví durante más de un lustro, contabilizó 40 asesinatos. Todavía recuerdo, en Central Harlem, a un tiro de la estación de metro que hace de pórtico al barrio, las mañanas de zombies, recién salidos de la sesión de metadona, a la caza del pico que cantó Ginsberg. O la soledad químicamente pura que respirabas al caer la noche, cuando cruzabas bajo las vías del tren en Park Avenue. O al taxista que me acompañó una mañana que acudí a entrevistar a una familia en el barrio. La multitud, que no veía un taxi amarillo en siglos, lo rodeó como quien encuentra a un fantasma. Cuando bajé del edificio al que había acudido, dispuesto para regresar a Manhattan, lo encontré aterrorizado y a un minuto de que lo sacaran por las ventanas para guindarle todo o adorarle. Posiblemente las dos cosas. El New York Times dedicó hace unos meses una formidable serie de reportajes a contar la vida en el gueto, las balaceras entre columpios. La canción de los cristales rotos en unos portales que huelen a pis y marihuana. Las muertes de niños pegados a la ventana, a los que alcanza un proyectil loco. Así como la perra jornada de unos detectives de homicidios mal pagados, incapaces de encontrar testigos, deprimidos. Olviden «The wire», la serie magnífica de David Simons. Piensen en un territorio apocalíptico que ya incluso queda lejos de las instituciones corruptas. Ni siquiera funciona ya la vieja jerarquía mafiosa, de creer a los policías de homicidios que ayer hablaban en las páginas del Times a cuenta del asesinato de Jequan Lawrence, antiguo líder de los Bloods locales. A Lawrence, incapaz de abandonar las calles, lo quebraron a tiros el pasado agosto. Hablamos de un jardín de heces. Un reino oculto, a cien millones de kilómetros de Central Park South. La antítesis de la ciudad moderna, vistosa, vibrante y plastificada que enamora a los turistas. Haití a la vuelta del East River. Las villas miseria y las favelas en unos edificios de protección pública a los que nunca llegó la promesa de resurrección del viejo Bloomberg. Mientras en Manhattan el enemigo público número uno es el tabaco y nada ocasiona más vahídos entre las damas del Upper East que enciendas un cigarrillo a cielo abierto, en el South Bronx, y en East New York, y en la vecina Newark, la gente muere y mata como si fuera 1981 todas las semanas y estuviera por inventarse el gansta rap. Normal que cuando alguien te visita acostumbre a exhibir unos mapas que dejan fuera casi todo Brooklyn y Queens y el norte de Manhattan. Hay otra Nueva York. Carece de glamur. Sólo interesa a los sepultureros. Pero conviene visitarla si quieres asomarte al asfalto más allá de las franquicias de lujo, los bares hipsters y la peste de los frozen yogurts.
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