José Antonio Álvarez Gundín
La rebelión del sur
El resultado de las elecciones italianas es una rebelión en toda regla contra el liderazgo de Angela Merkel y su «panzer divisionen», esa unidad de demolición que forman el Banco Central Europeo, Austria, Holanda y Finlandia. En las urnas de Italia ha cristalizado el deseo de venganza del sur europeo que se siente sojuzgado por la severidad protestante. La humillación infligida a Mario Monti, el fiel emisario de la canciller impasible, ha sido tan despiadada como la ejecución de un traidor, mientras que a Berlusconi le han restituido entre pínfanos y fanfarrias los galones que con deshonor le arrancó Bruselas no hace ni año y medio. En cuanto a la irrupción circense de Beppe Grillo, es la demostración científica de que cuando los políticos hacen el payaso, lo natural es que los payasos hagan política. Sólo Italia tiene ese talento dramático para catalizar un malestar torrencial que va más allá de los Alpes, esa revuelta cocinada a fuego lento en la caldera mediterránea, en las calles ardientes de Atenas, en las rúas tristes de Portugal y en las plazas indignadas de España. Desde ahora, la Francia de Hollande ya no estará tan sola frente el «diktat» de la hirsuta Germania y no tardará en abanderar el descontento del sur en beneficio propio, como siempre. Para España, el «catenaccio» italiano puede colocarnos en fuera de juego, pero a medio plazo tal vez sirva para suavizar los ajustes. Lo cierto es que, más por indignación que por dignidad, los pobres del euro se han alzado en Italia contra los ricos del norte y su moral calvinista. No hay combustible más explosivo que la pobreza mezclada con el sentimiento de culpa. Bastante tienen los millones de parados con sortear las humillaciones de una vida en precario para que, además, sean condenados como culpables de su probreza, como si fuera un castigo merecido.
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