Presidencia del Gobierno
La semana decisiva
Cada vez que leo un análisis sobre lo que está aconteciendo en el PSOE me quedo un poco con las ganas. No es que quiera que los socialistas se estrellen por sus numerosos y reiterados errores; simplemente me gustaría escuchar algo que me hiciera justificar que sigan liderando la oposición. Y eso que los he defendido –y seguiré haciéndolo– frente a los podemitas, y que incluso recomendé a algunos amigos que querían cambiar su voto en las últimas elecciones volver a confiar en Pedro Sánchez, pero todo tiene un límite. El grito «Salvar al soldado Sánchez» que muchos nos repetimos antes del 26 de junio fue un error. Y lo fue porque permitimos rescatar al PSOE y España del desastre, pero propiciamos un monstruo engreído y carente de estrategia que contagió a algunos segundones del partido de que había llegado su momento. El resultado es el que ahora vemos: un grupo de hombres y mujeres con una idea de España, intentando que el petrolero socialista –como diría Ignacio Camacho- intente girar en un tiempo récord. Dificilísimo.
Pero, como dicen los viejos socialistas, «hemos vivido tiempos peores», y por eso lo están intentando. Una solución, además, que deben dársela ellos mismos si quieren remontar en el futuro. Hay muchos frentes: no se puede seguir confiando en un partido que se llena las manos con la corrupción, o que juega a apoyar el derecho a decidir o un referéndum de autodeterminación. Tampoco es posible creer en un partido centenario que se acongoja ante el populismo y quiera copiar sus recetas o sus formas. Ni puede finalmente ser el PSOE un partido de complejos ideológicos o estratégicos: ya superó el marxismo para caer ahora en clichés indigenistas o revolucionarios de siglos pasados cuyo final ha padecido medio mundo. Necesitamos un partido socialista que se enfrente con argumentos a las políticas del PP; que aproveche su corrupción no sólo para hacer sangre, sino para buscar soluciones a esa lacra. Que pacte leyes –incluida la educación– o reformas constitucionales que permitan seguir mejorando España. Pero el PSOE se tiene que salvar a sí mismo. Y la salvación comienza esta semana.
Alguno pensará que exagero y que lo único que se decidirá en los próximos días es el apoyo o no a la investidura de Rajoy. Pero eso sólo es un primer paso. Y aunque Javier Fernández quiera regresar en cuanto pueda a su Asturias natal, sabe que antes debe enfrentarse a otro problema quizá más complicado: un cisma dentro de su propio partido. Es esa ruptura la que está en juego. Una división que se juega en varios frentes: en Cataluña con un derecho a decidir a ritmo de Queen; en Baleares con el pedrismo vicario de una abducida Armengol; y en Galicia y País Vasco con los perdedores de ese socialismo zapateril hoy reducido a pavesas. Por eso Fernández y los que dieron el golpe con él no sólo pueden ganar por mayoría en el próximo Comité Federal, sino que deben imponer después la abstención al resto del partido, es decir, a los diputados.
Eso es lo que viene. Una cuestión decisiva para el partido socialista, pero también para el futuro de España. Aunque, como dijo Alfonso Guerra en Suresnes citando una frase que otros creen apócrifa, «España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido». Y es que, después de trescientos días, hay un atisbo de esperanza, una ocasión para convertir el desastre en oportunidad y, de paso, y si ellos quieren, recuperar también al PSOE.
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