Martín Prieto
La tarde que conocí a Omar Sharif
Me llega la noticia de que ha fallecido, al poco de declarársele el alzhéimer, Omar Sharif y no he podido contener un verdadero alud de recuerdos, especialmente los relativos a un momento muy concreto. A Omar Sharif ya lo había visto en algún tráiler, como el de «El oro de MacKenna», pero, a decir verdad, había llegado a la adolescencia sin conocerlo como actor. Todo sucedió una tarde en la que Pili, mi novia de entonces –no sé por qué, pero durante años todas mis novias se llamaron así– y quien ahora escribe estas líneas decidimos no ir a clase en la escuela de idiomas y acudir al cine Palafox donde se reponía «Doctor Zhivago». Yo intenté aquietar las voces de mi conciencia diciéndome que, a fin de cuentas, perder una clase de ruso no era tan grave si se trataba de ver la adaptación de una novela de Borís Pasternak. No hace falta que diga que no conseguí engañarme a mí mismo, pero, a pesar de todo, aquella tarde fue una de las más hermosas de mi vida. Los ojos sufrientes de Sharif se me antojaron profundamente rusos sin reparar en que le habían puesto un flequillo y alterado la forma de los ojos para conseguir ese efecto. No pude dejar de identificarme con un Sharif-Zhivago expulsado del mundo que amaba, obligado a refugiarse en un lugar incógnito, enamorado de Lara, dedicado a la belleza y a la poesía y, finalmente, muerto cuando intentaba que el amor de su vida se volviera hacia él. Creo recordar que a Pili también le gustó la película, pero, en esa ocasión, yo sólo tenía ojos para la pantalla. Pasan de la veintena las veces que he vuelto a ver Doctor Zhivago en español y en versión original. Incluso hace años escribí un prólogo de la película para una colección de vídeos que regalaba un periódico. Lo que vi después de Sharif me gustó siempre tanto si era el jeque Alí, el apóstol Pedro o un bandolero mexicano. Para mí, sin embargo, para siempre siguió siendo Yuri Zhivago, el hombre cuya vida fue barrida por el vendaval bolchevique entre amor, literatura y sensibilidad. Ésa fue la imagen que quedó grabada en mi corazón la tarde que lo conocí. Me he preguntado ahora si quizá entre las brumas de una memoria que se desmigajaba, el ataque cardiaco que lo ha sacado de este mundo también ha estado relacionado con un hermoso rostro de mujer. Descanse en paz.
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