José Antonio Álvarez Gundín

La utilidad de ser tonto

La utilidad de ser tonto
La utilidad de ser tontolarazon

Con el estilo expeditivo y preciso de su fanatismo, Lenin acuñó la expresión «tonto útil» para definir despectivamente a quienes siendo demócratas y capitalistas contribuían de «buena fe» a la legitimación de la Unión Soviética. El término hizo fortuna fuera del paraíso comunista y pasó a designar a todo aquel que, por ingenuidad, ignorancia o cobardía, favorece con sus opiniones una causa contraria a sus propios principios. Por ejemplo, Pere Navarro. No es ni separatista convencido ni republicano radical, pero su obstinación en pedir la abdicación del Rey y en propugnar el «derecho a decidir» le autoriza a Oriol Junqueras a llamarle «tonto útil» de acuerdo a la ortodoxia leninista. Lo mismo puede decir del fiscal jefe de Cataluña, Martín Rodríguez, que siendo servidor del Estado, conservador y ajeno al nacionalismo, se ha permitido elucubrar sobre cómo burlar la Constitución para dar gusto a los separatistas, algo tan inaudito como si el director general de Tráfico le explicara a Benzema la forma de esquivar los radares y de saltarse el Código de la Circulación. Nada comparable, sin embargo, a Artur Mas. Desde que llegó a la Generalitat, hace dos años, sus más feroces adversarios no han cesado de crecer en influencia y poder. De ser una fuerza en declive y desprestigiada tras ocho años de gobierno tripartito, ERC ha pasado a gobernar en la sombra gracias al suicidio asistido de CiU, cuyo dirigente más conspícuo actúa como tonto útil con balcones a Vía Layetana. Entre todas las formas de hundir un próspero negocio familiar, Artur Mas ha elegido la menos honrosa: regalarlo a la competencia a cambio de un miserable sueldo de subsistencia. A Junqueras se le hacen los ojos chiribitas y no cabe en sí de gozo ante la asombrosa utilidad de quienes hacen el tonto.