Martín Prieto

La Vieja Dama

Los misterios de la vida son insondables y aún no podemos calibrar el milisegundo en que un espermatozoide fecunda un óvulo pero queremos hacernos con un cronómetro que mida la duración de la existencia biológica. La Asamblea francesa ha aprobado por gran mayoría la eutanasia pasiva consentida sin considerar que aquella precedió a la eugenesia hasta bien avanzado el siglo XX en países tan civilizados con los escandinavos o Estados Unidos. Rodeado de doctores los más cínicos aducen que nadie se muere cinco minutos antes, y los viejos más experimentados te explican que la visita de la Vieja Dama se hace de rogar, que morirse no es fácil y que la vida se aferra al más delgado hilo. Los mejores médicos nunca firman un desahucio o emplazan a un paciente terminal. Entre nosotros la eutanasia pasiva consentida, que ya figura en el programa de algún partidito en busca de hueco, haría innecesaria la ley de dependencia, que no resuelve nada al carecer de dotación financiera, y propiciaría la automoribundia para no fastidiar a la familia. De lo que no se quiere hablar es de la distanasia, o medicina encarnizada, y la ortotanasia que debe desplegarse en Unidades de Dolor y de Cuidados Paliativos. Es raro darse con un dolor que se resista a la farmacopea de hoy y la medicina paliativa dignifica el tránsito sin necesidad de que los parientes te pongan un denario bajo la lengua para que el barquero Caronte te cruce rápidamente a la otra orilla de la laguna Estigia. Las comunidades que administran la Sanidad deben tener en cada hospital unidades de Dolor y Paliativos, que sólo son onerosas en personal, y el gasto aliviaría el desempleo sanitario. Pero pese a sus harapos cenicientos y su guadaña la Vieja Dama resulta morbosamente atractiva y se nos da que recortar la vida es un avance social y progresista. A la postre, la eutanasia pasiva es un hipócrita suicidio asistido.