Vuelta a España

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La vuelta

La Razón
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«El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores» (Woody Allen). La Vuelta sin montaña, sin etapas cortas y rabiosas, sin las novedades que avanza antes que el Giro y el Tour porque su calendario no es el óptimo, no sería lo que es, una carrera emocionante y espectacular en muchos tramos. Javier Guillén y sus huestes, reducidas por necesidades empresariales o por injusticias como la que le privó del magnífico trabajo de Abraham Olano, recurren a la imaginación para no perder ripio con la competencia y continuar siendo interesante para las figuras del pelotón.

El Tour es la carrera de tres semanas por antonomasia; el Giro, el orgullo de los italianos, y La Vuelta, la ocasión para enderezar una temporada torcida por las lesiones y un refugio dorado para quienes, sea cual fuere su nacionalidad, no temen a los grandes retos y ambicionan victorias de rango sea cual sea el mes del calendario.

Para Allen, «el sexo es lo más divertido que se puede hacer sin reír», para el ciclista de fondo, no para el «clasicómano», La Vuelta es el colofón, el impulso necesario para mejorar el contrato del año siguiente, la guinda de un palmarés en expansión y la respuesta contundente al gatillazo en el Tour. La Vuelta tiene su espacio entre las tres grandes y goza de un estatus singular, aunque le cueste despojarse del sambenito que le colgó hace años José Miguel Echávarri, cuando para justificar las ausencias de Indurain decía que a septiembre sólo llegaban los que no habían aprobado en julio.

Si Groucho Marx recordó siempre la primera vez que disfrutó del sexo –«conservo el recibo», arguía–, no hay un solo ciclista que no destaque sus triunfos en la Vuelta.