Crisis en el PSOE

Las amistades peligrosas

La Razón
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Lo decía estos días con enorme claridad Joaquín Leguina: «Entre un pánfilo y un traidor, lo peor es ser un indolente». La reflexión le viene como un anillo a medida a Pedro Sánchez. El hombre que fue aupado a la Secretaría General del PSOE con el apoyo de Felipe González y la andaluza Susana Díaz acaba su liderazgo precisamente con la fuerte oposición de estos dos pilares emblemáticos. ¿Qué ha pasado por la mente de este joven a quien todos elogiaban frente al carácter volcánico de su rival, Eduardo Madina? Varios factores son determinantes pero, sobre todo, un entorno que le ha llevado al «suicidio político», en palabras de muchos diputados socialistas que han vivido de cerca la agonía. Una guardia pretoriana insolvente, las crueles intrigas de Pablo Iglesias, que le ha manejado a su antojo, y la presión personal de su esposa, Begoña Gómez, le han conducido a una salida inevitable para no dañar, aún más, al PSOE.

«Engañó a Felipe y le toreó hasta no ponerse ni al teléfono». Así se expresan varios dirigentes, no sólo socialistas, a quienes el ex presidente González les habría garantizado la abstención del PSOE en una segunda votación en la investidura de Mariano Rajoy. «El tema estaba hecho en agosto y no lo cumplió», aseguran estas fuentes. Mal aconsejado por algunos «barones» en minoría, como el catalán Miquel Iceta, en precario y muy contestado ante las primarias del PSC, y la catalanista balear Francina Armengol, partidaria de una alianza a ultranza con Podemos, Sánchez torció su camino. Le convencieron de que Iglesias y los nacionalistas podrían llevarle a La Moncloa, mientras el líder de la formación morada fraguaba su plan demoledor.

El factor humano juega mucho. La pasada semana, su mujer, Begoña, asistió al desfile de Juanjo Oliva, su diseñador favorito, vanguardista y atrevido. Según quienes con ella hablaron para atrevida, ella. «Ahora es lo que toca, pronto cambiarán las cosas», les dijo a un grupo de cronistas de moda que lo interpretaron en futura clave de verse en La Moncloa. Para nadie es un secreto que la esposa de Sánchez comentaba sus aspiraciones de colocar a su marido como presidente. En el entorno político las presiones también eran fuertes. Entre los pánfilos ingenuos, pero leales, como Óscar López o César Luena, y las maniobras de un maquiavélico como Antonio Hernando. Todos cuantos vieron su actitud en la última reunión del Grupo en el Congreso lo vieron claro: «Hernando quiere ya salvarse y hasta se postula como nuevo portavoz de la gestora», aseguran en un análisis implacable.

Como en la novela de Pierre Choderlos de Laclos, «Las amistades peligrosas», Sánchez ha sucumbido en una historia perversa y libertina. Engañó y defraudó a protectores de primera como Felipe o Susana. Se dejó llevar por aduladores sin peso. Planteó su futuro como un reto personal y familiar. Y, sobre todo, fue el títere de un espadachín sin piedad como Iglesias, su auténtico verdugo. Víctima de un sectarismo y ambición sin precedentes, llegó a traicionar a sus propios compañeros y pactar con Iglesias la retirada de su apoyo en las comunidades donde gobernaban. Fue la gota que colmó el vaso, el punto final de una puñalada a su propio partido que hoy se desangra por su inexplicable conducta. Sánchez, a quien muchos bautizaron como «el nuevo Felipe», es el árbol caído de una nulidad como líder, un sectarismo anacrónico y un entorno letal que le han llevado al abismo. Pero cuidado, como en toda novela negra, puede morir matando.