Martín Prieto

Las corrupciones

Cuando llegué a Buenos Aires, tres eran las noticias principales: el director general de Aduanas ingresaba en prisión por contrabando de gambas con Uruguay; el ministro de Economía y el gobernador del Banco de la Nación, asistentes a una reunión en Washington, se negaban a regresar al país si no les garantizaban impunidad; y el comandante en jefe del Ejército, general Suárez Mason, huía a Paraguay tras declarar que no pensaba ser el pato de ninguna boda democrática. Quedé curado de espantos para el resto de mis años en Hispanoamérica. En democracia la corrupción bajo UCD fue ancilar, un arabesco lateral. El magisterio de costumbres se perdió a partir de 1982 con la llegada del PSOE al poder, la «beatiful people», los «yuppies» que tenían por modelo a Mario Conde y aquello de Carlos Solchaga de que España era el país donde más rápidamente se podía hacer dinero: gobernador del banco emisor, director de la Guardia Civil, presidenta de la Cruz Roja, directora del Boletín Oficial del Estado y saqueo de los fondos reservados hasta quedarnos sin reptiles que alimentar. El asesinato de Estado se cobró 23 españoles, y se acabó metiendo en cal viva a dos muchachos torturados bajo la inspiración de un general ascendido por el ministro Belloch. La derecha catalana se retrató con la «famiglia» Pujol y lo del socialismo andaluz, en comentario privado de un magistrado del Supremo, «es la mayor corrupción desde los Reyes Católicos». Pedro Sánchez no es Adán y debería moderar su virginidad partidaria antes de sacar pecho de pureza. La derecha ha gobernado la mitad que la socialdemocracia y, al menos, no ha llegado a mancharse de sangre, pero ahí quedan Bárcenas, Gürtel, Mallorca, Valencia, parte de Madrid, las cajas, Bankia, Rato y todos los flecos que se descuelguen. Faltan controles, justicia de gacela, recaptura del dinero, pactos fiscales con delincuentes delatores, drástica reducción de aforados (ninguno en Alemania) y menos caridades penitenciarias. Y entender que la corrupción es universal y no tiene siglas partidarias.