Marina Castaño

Las edades del sexo

Esto del sexo es tan cercano, tan temprano y tan frecuente como la persona que lo realiza. Hablábamos el otro día en «La noche en vela» de RNE de la edad a la que el individuo puede comenzar su vida sexual, algo tan impreciso que es difícil llegar a dar una respuesta concreta. Según la ley es a los trece años, pero ¿qué juez puede determinar si una persona a los trece está preparada o no para entrar en ese arcano? O sí, plenamente, o no, rotundamente. Es imposible decretar el momento idóneo para despertar al placer del cuerpo. Eso lo marca la ebullición hormonal, ese trance de cosquilleo y excitación que no hay muro que lo pare. ¿A quién se le ha ocurrido marcar en el calendario la fecha idónea? El sexo es tan espontáneo, tan inesperado y tan imprevisible que sería imposible asignarle una etapa en los años del individuo. Unas veces se manifiesta antes y otras después, si bien es cierto que existe un estándar que viene marcado por la pubertad. En estas semanas anteriores, cuando el sol empezaba a asomar a los días de nuestra primavera, en los cuerpos adolescentes asomaba también la excitación. Así, paseando por un parque, me encontré con una pareja de quinceañeros, tumbados en la yerba, intercambiando caricias y besos todavía inexpertos pero tibios y ansiosos.

¿Quién pone puertas a ese campo? ¿Qué ley lo regula? Imposible, nadie puede sustraerse a la llamada de la piel, y es precisamente el momento de alertar a los padres y colocarlos en situación de ser comprensivos, de emprender el camino hacia una información oportuna para evitar consecuencias indeseadas en forma de embarazos fuera de lugar o enfermedades de transmisión sexual. Una conversación a tiempo puede ser una victoria. Afrontar lo que el momento les presenta delante de los ojos y asumir una realidad inevitable. Que todos hemos pasado por lo mismo.