Julián Redondo

Las velinas y el ébano

Las velinas y el ébano
Las velinas y el ébanolarazon

Messi se distrajo en Milán, sin que Allegri tuviera que utilizar una de las velinas del jefe para secarle. ¿Se imaginan a una de esas bellezas incrustada en la defensa rojinegra y alzándose la camiseta cada vez que «La Pulga» pisaba su terreno? No fue necesario recurrir a Villa Certosa para alterar el signo de los pronósticos. El Barcelona más triste, opaco, romo, espeso e insustancial que se recuerda abandonó San Siro derrotado y asomado al precipicio. «Il Cavalliere» había recomendado a su entrenador aplicar el marcaje al hombre para neutralizar al astro. El técnico se limitó a escuchar su consejo, por educación, y con la ayuda de la pizarra explicó a su equipo, remozado y fortalecido con la legión de ébano –Zapata, Muntari, Boateng, Traoré, Niang...–, lo que esperaba: presión total, hasta la extenuación. Éxito rotundo del Milan y batacazo monumental del Barça, que no se veía en situación tan comprometida desde hace años. Necesita rozar el milagro para no caer en octavos de la Liga de Campeones. Lo peor, no obstante, es que con el 2-0 de Milán afloran debates que rozan lo indecente, porque aluden a Vilanova, postrado en la distancia, y, sobre todo, a Jordi Roura, relevo forzoso. Quizá le faltó cintura para reanimar al equipo, estrellado contra el muro, y procurarle salidas; no hubo soluciones para combatir el fabuloso cerrojazo milanista; sobró precipitación, y ansiedad. Pero partidos así los sufrió Guardiola contra el Inter de Mourinho y frente al Chelsea de Di Matteo. Nadie cuestionó su capacidad. Lo de ahora es ventajismo.