Francisco Nieva

Las visiones del sordo

La sordera es una cárcel íntima para el sordo, lo aísla en sí mismo, exacerba sus filias y sus fobias, hace aflorar recuerdos obsesivos y provoca una concentración emocional. Todo se reduce, pacientemente, a un «dejar pasar el tiempo» en completo silencio.

Tras una larga estancia en Sevilla, en coloquio profesional con la duquesa de Alba, Goya sufre un ictus cerebral que va a dejarle completamente sordo. Es ya un hombre maduro –un viejo, para la época– que se siente fascinado por aquella «top-model» de su tiempo. Hay un gran ensayo por escribir sobre Goya y la moda. El traje popular de majos y majas se inspira un tanto en la moda aristocrática y algo le añade de atrevido y gracioso: la Caramba, por ejemplo; que termina adoptando el señorío. Un afortunado trasvase que la duquesa impone y consagra, y que Goya fija y concluye en sus cuadros y sus tapices, haciéndose paladín de una moda que parece disfrazar al pueblo de bailarines de la Escuela bolera. La aristócrata obsesiona y enamora perdidamente al gran pintor aragonés. Entre esos dos se consagra universalmente un traje español, que estiliza superiormente la figura masculina y femenina, y en toda la pintura del maestro el espectáculo se manifiesta con la misma autoridad que, en la actualidad, pudiera imponer la revista «Vogue». Una misma llama de creatividad sartorial une a la duquesa con el pintor, dos aliados en el lanzamiento de un «look» muy específico, el estilo goyesco, airoso y estilizador del cuerpo, de un modo socialmente revolucionario, como lo fue la moda Dior o Balenciaga pasado mucho tiempo. Goya es el gran modisto de su época, en colaboración con la Duquesa, su modelo preferido y su emblema erótico. La maja vestida también está desnuda, con ropajes que ponen en valor sus formas de muñeca erótica, un fenómeno paralelo al de Jean Harlow y Marilyn Monroe dos siglos más tarde.

Goya, después de aquel arrechucho, se queda sordo, se confina en esa cárcel de sí mismo, en donde Cayetana se vuelve un símbolo social y erótico; con su proverbial peinado erizón, que la nimba de blanco, imitado hoy por su descendiente en título. Se diría que la enfermedad y Cayetana de Alba hacen aflorar lo más goyesco del propio Goya, su nota más personal, más inconsciente e irreprimible. Los modelos goyescos imponen y consagran universalmente una «pose», un porte, un plante y un desplante para el galanteo y el retrato. Véanse La marquesa de la Solana y el conde de Fernán-Núñez, los cuales parece que van a actuar en un espectáculo, que van a recitar o cantar su vida y milagros, formados –o deformados– por la moda de un tiempo, modelados por el orgullo de pertenecer a él. Emblemáticos figurines.

Esto se manifiesta claramente en sus Caprichos. En sus grabados, se desata, se deja llevar por el subconsciente visionario y su reflexiva sordera, que es la que le dicta «El sueño de la razón produce monstruos». De ahí la extravagancia de sus imágenes, que Baudelaire define como incuestionablemente románticas y nuevas en el arte figurativo. Y, en efecto, Goya, Goethe y Beethoven son las tres lámparas deslumbrantes del Romanticismo en estética. ¿Por qué no añadir una lámpara más, que bien pudiera ser William Blake? Al fin, el Romanticismo es de origen anglosajón. Hoy, Germania se nos presenta como adalid del Romanticismo. Hasta se dice que el músico y el pintor tuvieron una misma bisabuela alemana, que son familia. ¡Ojalá! pero no está probado taxativamente.

Los dos más importantes sordos del siglo XVIII, encarcelados en sí mismos, le abren las puertas a un futuro del Arte lleno de promesas. No sé qué circunstancias rodean la creación de la Quinta y la Novena sinfonías. Pero las pinturas del sordo español para su casa, cerca del río Manzanares –hoy conocidas como Las pinturas negras–, son la quintaesencia de lo goyesco, más expresivo, moderno e impactante que el famoso «Grito», de Edward Munch. Las Pinturas Negras y Los Caprichos premonizan toda una época contemporánea que se aproxima al surrealismo y son la matriz de una imaginación moderna. La fecunda sordera de Goya le hizo planear por encima de su propio tiempo. Y el poeta francés Baudelaire lo revela críticamente, a la vez que a Edgard Allan Poe, otro encarcelado por sí mismo. Así como Beethoven inspira todo el sinfonismo orquestal –Bruckner en cabeza– del siglo XIX, Goya satura el arte expresionista más arriscado del siglo XX. El perro andaluz, de Buñuel y Dalí, es profundamente goyesco. Veamos si llegan lejos las visiones del sordo.