María José Navarro
Límites
En más de una ocasión, viendo algún programa de televisión o escuchando alguno de la radio (de esos que hacen encuestas por la calle preguntando majaderías con doble intención) he pensado en mi madre. Ella, que abre la puerta a los comerciales de todos los bancos, eléctricas, y empresas que puedan Vds. imaginar y les invita a entrar en su salón y les pone una cervecita, es carne de cañón en el periodismo de «hipster». Mi madre respondería a lo que fuera con tal de que al reportero no le faltara de nada en esta vida, aunque fuera a costa de protagonizar uno de esos momentos que las cadenas usan casi de cortinilla promocional. Desde aquí lo advierto: me como el hígado del que lo haga y lo perseguiré hasta la tumba. Viene todo esto a cuento (o no) por la tragedia del Alvia de Santiago, uno de esos instantes donde queda retratado hasta el apuntador y en el que los medios dejan claros el estado de sus necesidades. Dejando a un lado (por asco) a los que someten a su audiencia y telespectadores a ridículas encuestas sobre el grado de responsabilidad del maquinista a través de un teléfono (Marque MAQUINISTA SÍ o MAQUINISTA NO, ya saben) queda el debate de los límites de las imágenes que se emiten o publican sobre el accidente. Y hay de todo. Desde los que consideran ofensivo que pueda verse el momento en el que el tren toma la curva hasta los que defienden primeros planos de muertos y heridos por el bien de la información. Quizá falte ponerse en los zapatos de las víctimas y de su dignidad. De su indefensión y del dolor de los suyos. Facilísimo.
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