
Restringido
Lo que nos jugamos

Cada día es más probable un escenario en el que se produzca una nueva celebración de las elecciones generales. El pasado lunes el PSOE decidió unánimemente que votará en contra del PP en la investidura. Por su parte, el secretario general de los socialistas, hace unos días, a la salida de su reunión con el presidente el Gobierno, aventuraba la posibilidad de un «gobierno progresista», sin embargo esta opción es inverosímil.
Las razones son de diversa índole. En primer lugar, ideológicas; los socialistas no alcanzaremos un acuerdo de gobierno para España con aquellos que no comparten con nosotros la idea de Estado, y desde luego, la petición de un referéndum de autodeterminación es un obstáculo insalvable.
Podemos, hoy por hoy, es una amalgama de diversos movimientos y corrientes que lo hacen una fuerza política indefinida y contradictoria en muchos temas. Se han integrado en sus candidaturas desde las Mareas gallegas hasta la CUP catalana, que poco tienen que ver con sus diputados madrileños o manchegos.
El sr. Iglesias insiste en la petición de formar cuatro grupos parlamentarios y esto no responde sólo al intento de obtener cuatro fuentes de financiación de dinero público, o cuatro intervenciones en el Congreso de los Diputados, también tiene que ver con la dificultad para establecer un proyecto común para todo el país en los distintos ámbitos de la vida. Los socialistas hace 137 años que tenemos clara la idea de España, en lo territorial y, desde luego, en lo social, además de acumular una importante experiencia de gobierno de las instituciones.
Pero no existen solamente estas razones para quien considere que todo es matizable y que se parten de posiciones maximalistas que podrían ser revisadas en un proceso de diálogo y negociación, también están los números: la suma de PSOE, Podemos e IU es de 161 diputados, dos menos que PP y Ciudadanos. Es decir, que aquellos que siguen insistiendo en un gobierno que tenga como elementos principales a PSOE y a Podemos, o no tiene en cuenta los números o no es consciente de que sólo cabe incorporar a los independentistas, cuestión fuera de toda duda, por significar una agresión a las posiciones socialistas.
Socialismo y nacionalismo no sólo son incompatibles, sino que el primer enemigo de la socialdemocracia es el nacionalismo, tanto en su versión separatista como en la centralista.
Después de recorrer las posibilidades y opciones, se hace bastante probable una nueva convocatoria electoral. Y es precisamente eso, unas nuevas elecciones, el argumento que apoya con fuerza que el Congreso de los socialistas se celebre en su fecha, es decir, en el mes de febrero o primeros de marzo y que no se posponga como desean algunos miembros de la dirección del partido.
En ese Congreso deberemos hacer una reflexión de por qué entre julio del año 2014 y diciembre del 2015, en sólo quince meses, hemos perdido electores. En este periodo Podemos ha subido desde un 7% hasta el 20%. Deberemos analizar por qué nuestro candidato a la Presidencia del Gobierno no solo ha obtenido el peor resultado de la historia en su circunscripción, Madrid, sino que ha sido derrotado por los otros tres aspirantes a la Jefatura del Gobierno. Es precisamente en Madrid en el único lugar de España donde los ciudadanos tienen la oportunidad de votar, no solo a las siglas, sino a quien las encarna en un proceso electoral.
No es coherente exigir a los demás lo que uno no está dispuesto a dar, no lo es utilizar el poder arbitrariamente en cada momento en función de las ambiciones personales. Ha sido un error una lista electoral que ha dado como resultado que cientos de mujeres madrileñas socialistas, feministas y luchadoras por la igualdad no se vean representadas en las Cortes Generales porque ninguna diputada del PSOE por Madrid es socialista madrileña.
Afrontar unas nuevas elecciones trae como consecuencia la necesidad de revisarlo prácticamente todo en el Partido Socialista y, desde luego, también la decisión de quién debe liderar el nuevo tiempo en el PSOE. Muchas generaciones de socialistas nos dejaron como herencia un patrimonio político que contaba con un apoyo electoral muy importante en España. En las elecciones del 20 de diciembre los españoles nos dejaron tan sólo 1,5 puntos por encima de la tercera fuerza política. Ser tercer partido en España es sinónimo de la irrelevancia y eso es lo que nos jugamos en este momento. Llevar al PSOE a ser el tercer partido en España sí que sería un resultado histórico, pero muy negativo.
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