Política
Los Asperger
Existe vida inteligente al otro lado de la política y de las parrillas televisadas como demuestra la publicación en este verano nacional de «Los pecados de dos grandes físicos: Newton y Einstein» del profesor de la Universidad de Granada, Eduardo Battaner, destinado, pese a su amenidad, a ser aplastado por la última especulación sobre la investidura de irás y no volverás. Ambos siguen pareciendo no ya extraterrestres sino extragalácticos por sus inhumanas intuiciones extraídas desde fuera de la observación empírica. No se puede suponer que el espacio es curvo mirando por un telescopio. Battaner nos los acerca ahondando en sus «pecados» a los que no pudieron hurtarse por ser extravagancias inherentes a sus configuraciones cerebrales. Newton no quemó la casa con sus odiados padres dentro constreñido por su anglicismo formal, ya que era arriano y no creía en la divinidad de Cristo. Fracaso universitario en Cambridge. Misántropo pendenciero, le echaban comida a la habitación a cambio de los papeles con sus insospechados hallazgos. Otro fracasado en matemáticas fue Einstein, tan poco empático que nunca le interesó conocer a su primera hija y cuyo desaliño indumentario fue una barrera ante los demás. En 1943 el psiquiatra y pediatra austriaco Hans Asperger estudiaba niños autistas descubriendo que algunos no lo eran aunque lo parecían, llamándolos «mis pequeños profesores» porque lo sabían todo sobre lo que les daba la gana permaneciendo zotes en lo demás, manteniendo distancias con el género humano e incapaces de interpretar la gestualidad ajena. Aquellos chicos no eran más o menos listos (a más de Newton y Einstein se suele incluir en el club del síndrome de Asperger a Miguel Ángel o Beethoven), ni estaban enfermos, ni presentaban peculiaridades cerebrales: aquello era un conductualismo no adquirido, otra manera de usar la mente que no precisaba otro tratamiento que el ayudarles a llevar esa mochila de por vida. La guerra y el incendio de los documentos de Asperger retrasaron la investigación hasta que la retomó la psiquiatra Lorna Wing en 1981, bautizando esta peculiaridad intelectual. El Asperger no rehúye al otro sexo, pero aún buscando relaciones de género, es gélido y suele desarrollar el sentimentalismo de una piedra. Pueden ser incontables los Asperger que nos rodean porque no son una pandemia que se contabilice o se trate, pero, de seguro, que entre nuestra clase política, o en la nata social a la que damos tanto pábulo, no hay ninguno.
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