José María Marco
Los derrotados
Los resultados de las encuestas preelectorales en Cataluña ofrecen, a grandes rasgos, un empate entre los partidos constitucionalistas, o nacionales, y los nacionalistas. A partir de ahí, y como ninguna de las dos posiciones sale ganadora, se podría interpretar que tampoco ninguno de los dos ha salido airoso del enfrentamiento de los últimos meses, el «procés» independentista.
No es del todo así, sin embargo. Más aún, el alto respaldo a los partidos independentistas se puede interpretar no como una nueva adhesión, sino como una forma de despedida tras el fracaso completo del proceso de independencia. La sociedad catalana no estaría tomando fuerzas. Estaría lamiéndose las heridas o gestionando la fase de duelo ante lo que ha llevado a la Comunidad Autónoma al descrédito y al borde de la ruina.
Entre los constitucionalistas, el panorama no es menos complicado. Es cierto que no se pudo llegar a un acuerdo que evitara la aplicación del artículo 155, pero eso ha evitado que surgiera algo que no se esperaba. Es la eclosión de un sentimiento patriótico popular y espontáneo (aunque hecho posible por la estrategia de consenso del gobierno y por la posición del Rey) que en dos semanas ha barrido un siglo de complejos e inseguridades, meticulosamente cultivados por buena parte de las elites intelectuales y políticas.
Este es el punto más delicado. El fracaso del nacionalismo lo es del nacionalismo catalán y, también, de los despojos de un cierto nacionalismo español que postulaba la inexistencia o la fragilidad de la nación y la nacionalidad española. Ha salido ganando España... un poco a pesar de aquellos que deberían haber sido sus más firmes defensores. Así que la necesaria reconstrucción de las posiciones dentro del bloque constitucional apenas va a ser menos difícil que la que se tendrá que realizar en el nacionalismo catalán. Va a haber que dejar atrás muchos tics, muchos tabúes. Y va a haber que pensar España como una nación –de verdad– y –de verdad– plural, no como una serie de compartimentos estancos y excluyentes a los que «España» sirve de caparazón vacío y debilitado. Se requerirá prudencia, como siempre, pero también cierta claridad y una celeridad a la altura de lo que la opinión pública parece haber percibido sin equívocos.
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