Alfonso Merlos
Los mitos de la caverna
Se acabó la farsa y los cuentos. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero para el que quiera hacerlo, sin duda, se terminó ese relato referido a acontecimientos prodigiosos protagonizados por seres sobrenaturales tales como héroes o personajes fantásticos. O sea, que no cuela esa fantochada según la cual la riqueza invadiría de la noche a la mañana las tierras y los ríos de una Cataluña independiente. Siempre que algún semidiós o pastor del separatismo guiara y culminase ese proceso y esa proeza. Naturalmente.
Los datos cantan, son crudos y previsibles. Si resulta que una partida de lunáticos consiguiese culminar un proceso de división, confrontación e irreversible ruptura de una hermosísima región de España, el resultado sería el colapso, el derrumbe, el caos y la pobreza. Empresarios obligados a echar la persiana, obreros despedidos por sus patronos, una esquizofrenia para el más elemental uso de la moneda y el más básico funcionamiento de los bancos. Y desde luego, la imposibilidad para la tesorería pública de pagar a los empleados de ese nuevo engendro político, jurídico y administrativo. ¿Quién da más? ¿Hay algún camino para acabar despeñado en el fondo del barranco más directo que el de la independencia?
Más allá de la precisión de los números, el informe del IEE no puede ser más certero en la elección del epíteto clave. En efecto, la secesión sería una catástrofe. Es decir, supondría un suceso desgraciado e inesperado en la historia de esta vieja nación, una tragedia y un desastre. Tirando por elevación, estaríamos ante el nacimiento de algo de mala calidad y defectuoso.
No confiemos en que alcancen a entender este panorama las radicalizadas huestes de Artur Mas. Pero seguro que hay ciudadanos confundidos, de corazón limpio, que aún están dispuestos a no dejarse arrastrar hasta el fondo de la cueva. Porque allí se pierde la noción de la realidad. Y porque allí sólo reside la oscuridad procurada por un desgraciado grupo de charlatanes.
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