IU

Los nuevos bárbaros

La Razón
La RazónLa Razón

Iglesias avanza a uña de caballo como Atila, como Trump y Le Pen, hacia la conquista del poder. Son los nuevos populistas. Así se les conoce. O los nuevos bárbaros, que vienen a destruir el imperio. Responden al hastío de la gente con el poder establecido. Utilizan las poderosas armas de la demagogia y se aprovechan del malestar social, sobre todo en el mundo del trabajo y entre las nuevas generaciones, que tropiezan con serias dificultades para progresar en la vida y superar el status de sus padres. Los tres echan la culpa al sistema, que ellos se proponen poner patas arriba. Su «nuevo» lenguaje conecta con la calle. Y tienen la virtud de haber despertado el interés por la política entre los que vivían alejados de ella y de haber incorporado, de la noche a la mañana, a numerosos antisistema al denostado sistema. Para muchos observadores estas fuerzas emergentes son una grave amenaza a la convivencia democrática, pero nadie se enfrenta de forma eficaz a semejante fenómeno perturbador. Los populismos, cada uno a su estilo, se extienden por el mapa occidental, escenario de las libertades y los derechos humanos, como una mancha de aceite, con su carga de xenofobia, antieuropeísmo o rancio leninismo, que de todo hay. Este último, en el caso español, adobado con resabios republicanos y mejunjes bolivarianos. Podemos está a punto de fagocitar a Izquierda Unida, albergue del viejo comunismo español y de sus tradicionales compañeros de viaje. Alberto Garzón, un pico de oro cargado de ambición, casi un recién llegado a la política, ya ha camelado a las bases con el sueño del poder y está dispuesto a ofrecer en bandeja al jerifalte Pablo Iglesias el tributo de las cien cabezas de los viejos camaradas del partido, lo mismo que el traidor y resentido Ruy Velázquez envió a Almanzor las cabezas de los siete Infantes de Lara envueltas en un lienzo. Consumada la operación, se trata de arrebatar al PSOE el día 26 de junio el liderazgo de la izquierda y convertir a Pedro Sánchez en rehén y tributario de Podemos. Es el paso previo para intentar el asalto al poder, olvidándose de la transversalidad y otras zarandajas. El nuevo Atila con coleta va a lo suyo, como Trump y Le Pen, envuelto en la bandera tricolor y el viejo y gastado manto rojo, una concesión al casticismo.