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¿Los romanos son cultura?

La Razón
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Había un puñado de romanos hispanos cerca de Madrid que le hacían la vida imposible a todo el que se acercara. Tenían tanto poder y fiereza que parecían caídos de la marmita de los galos. Desde esta orilla del tiempo, parece mentira que un paisano llevará algún día un cuchillo entre los dientes. Vivían en Caraca, hoy término municipal de Driebes (Guadalajara). Cada piedra de España es un antídoto contra el nacionalismo, incluido el nacionalismo español –Asterix debe ser nacionalismo francés– un término que se usa mucho pero no alcanzo a saber qué es. Sin embargo, nuestra historia común interesa bien poco a los jerifaltes de la cosa.

La importancia de Caraca ha sido desvelada por los arqueólogos responsables del hallazgo, adelantado por este periódico, y que por el momento ha revolucionado a los historiadores y dejado indiferente al Ministerio de Cultura. No deben tener tan a mano como el esmoquin el uniforme de Indiana Jones. La ciudad lleva tantos siglos sepultada que un ministro más o menos no alterará su fisonomía. Los romanos no tenían ministro del ramo. Uno se asoma a un foro y piensa, ¿cómo es posible que todo esto se construyera sin un ministro de Cultura? No digamos ante un Leonardo. Mucha alharaca para la pantomima pepera de Cervantes, aquellos huesos de pollo sacados del ingenio hidalgo de un ayuntamiento en decadencia, y para el que tuvimos clemencia; mucho interés en las peticiones de los cómicos, como ese Museo del Cine, cuando hasta el propio Prado sufre recortes de presupuesto, y al patrimonio que le den dos cabezazos de desprecio. Claro que el patrimonio y el Prado deben ser de derechas, y por tanto estarán a la cola de un ministerio de Cultura del PP. No esperábamos menos de la guía del ocio de los viernes que es Méndez de Vigo. Los romanos eran más de Lugo donde dejaron una admirable muralla defensiva, nada que ver con Trump.

Tenemos tantas sangres remezcladas que parecemos un concierto de Paquirrín. Es la mejor bandera que se puede enseñar como credencial libre en el duelo entre la nación de naciones y patochadas semejantes que abrazan políticos de turno. Mientras en las comunidades autonómas, en todas, se construye un relato paralelo, desde el Estado sólo se ofrece el puesto de árbitro. Es una falacia que sólo en Cataluña se tergiverse la Historia. La televisión de la «españolísima» Susana Díaz tampoco pasa la prueba del algodón sevillano. Y así. Sólo la gran cultura puede salvarnos del disparate. Y eso es lo que vendría a apuntalar descubrimientos como el de la cuidad de Caraca. Para saber lo que fue la carne de España y los huesos en la que la han dejado unos chiripitifláuticos con el empuje del ministerio de Cultura.